REFLEXIÓN II DOMINGO CUARESMA

Dedicamos este segundo domingo de Cuaresma a la Transfiguración. No existe Cuaresma sin Transfiguración, y en medio de la reflexión sobre la debilidad humana, y de lo que le va a costar a Jesús esa debilidad, la muerte, hacia la que avanza la Cuaresma, recordamos la glorificación de Jesús. De cómo el Padre está de parte de él, aunque no lo estén los hombres. El evangelio de hoy nos anticipa su triunfo final y nos ayuda a enfocar adecuadamente estas semanas de Cuaresma

Por dura que se nos presente la vida, siempre hay motivos para la esperanza. Nuestro Dios es un Dios que salva, y, que, en la persona del Padre, nos dice: “Éste es mi Hijo amado;escuchadlo”. Expresión que se dirige a Jesús, pero también a cada uno de nosotros nos dice: “Tú eres mi hijo amado”.

El episodio de la Transfiguración, colmado de luz, anticipa la resurrección de Jesús. Y también la nuestra.

La primera lectura nos recuerda un episodio de la historia de la salvación: el sacrificio de Abraham, en el que siempre se vio prefigurada la muerte de Jesús. Contemplamos la fe sin regateos de Abrahán y su abandono en Dios, del que espera la vida en plenitud, como dice la antífona del salmo “Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos” La segunda lectura saca las consecuencias de esta entrega: “Dios no se reservó a su propio Hijo”. Estas dos lecturas se relacionan por oposición. En la primera, Abraham está dispuesto a sacrificar a su único hijo, en la segunda, Dios entrega a su Hijo para demostrarnos que está dispuesto a concedernos todo.

Marcos para crear un clima semejante utiliza los mismos elementos que usaron los autores del Antiguo Testamento para las teofanías. Primero, Dios no se manifiesta en cualquier lugar, sino en la montaña, que por su altura se concibe como la morada de Dios. Segundo, a esta montaña no tiene acceso todo el pueblo. Y tercero, la presencia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube, desde la que Dios habla.

Jesús elige a tres de sus discípulos Pedro, Santiago y Juan, y subieron a un monte alto, según la tradición, el monte Tabor, Marcos usa el simbolismo de la montaña como morada o lugar de la revelación de Dios.

En el monte se produce una visión, la transformación de las vestiduras de Jesús, una luz que es símbolo de la gloria de Jesús. Aparecen Elías y Moisés. Elías es considerado en el Antiguo Testamento como el precursor del Mesías. Y Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios habla cara a cara. Jesús se encuentra en la línea de los grandes profetas, llevando su obra a plenitud.

Pedro propone hacer tres tiendas, lo que suena a despropósito, Marcos lo justifica aduciendo que estaban asustados, espantados y no sabía lo que decía: “que bien se está aquí” Pedro no quiere que Jesús sufra. Mejor quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que tener que seguirlo con la cruz. Al igual que en el monte Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella. Se repiten las palabras que se escucharon en el bautismo de Jesús, pero se añade un imperativo “Este es mi hijo, el amado; escuchadlo”

En el descenso de la montaña Jesús da la orden de que no cuenten la visión hasta que resucite, pues aún no es momento de hablar del poder y de la gloria suscitando falsas esperanzas. Es mejor contarlo después de la resurrección cuando sea preciso para creer en Cristo aceptar el escándalo de su pasión y cruz.  Surge la pregunta sobre la vuelta de Elías, según la teología tradicional, basada en textos de Malaquías y Eclesiástico, antes de que llegue el Mesías debe volver el profeta Elías, en Mateo escuchamos decir a Jesús en referencia a Juan Bautista y Elías: “Los profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo”

Jesús se enfrenta, no a las grandes figuras de la tradición judía, sino a los responsables de la religión. Jesús vive no en la gloria del Tabor, sino pisando los duros y polvorientos caminos de Galilea y Judea. Dios entregó a su hijo a los hombres y mujeres de un momento concreto de la historia. Y Él, que podía librarlo de la muerte lo dejó en manos humanas. Y la decisión de éstos no fue la de Dios cuando Abrahán estaba dispuesto a sacrificar a su hijo: ellos, los hombres, culminaron el sacrificio.

Sintamos hoy la gloria de la Transfiguración. Cristo, cuyos pasos debemos seguir, se expuso, por ser hombre, a las decisiones humanas; pero Dios lo resucitó, y está presente entre nosotros, para animarnos en nuestro caminar. Hagamos caso a la voz de lo alto: “escuchadlo”

 Feliz domingo y feliz semana.

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