
Durante el Viernes Santo y el Sábado Santo, la Iglesia, siguiendo una antiquísima tradición, no celebra la Eucaristía y la Sagrada Comunión sólo se distribuye a los fieles durante la celebración de la Pasión del Señor. Al no celebrar la Eucaristía, tomamos la Sagrada Comunión con la reserva consagradas ayer Jueves Santo.
Hoy es el día del Triduo Pascual propiamente dicho, es día de penitencia obligatoria para toda la Iglesia, día la abstinencia y ayuno, también el Sábado Santo hasta la Vigilia pascual. La liturgia de la Palabra nos mostrará cómo las antiguas profecías mesiánicas se cumplen en la Pasión y muerte de Jesús, que hoy escuchamos en la versión de san Juan. Cristo, muerto fuera de las murallas de la ciudad a la hora en que se sacrificaban en el templo los corderos para la pascua judía, es el Cordero expiatorio que ha cargado con el peso de nuestros pecados y así ha sido santificado. La Iglesia brota de su costado abierto por la lanza del soldado, para la salvación de todo el mundo, por quien se pide de modo especial en la oración de los fieles. El signo propio de hoy es la imagen del Crucificado, a quien en la acción litúrgica se venera de manera especial, que consiste en la adoración de la Cruz. La Cruz es signo del triunfo de la donación y del amor supremo de Jesús.
En la primera lectura leemos el cuarto cántico de Isaías, profecía de la Pasión y gloria del Siervo de Dios “Como muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito”.

El salmo nos recuerda la oración de Jesús en la Cruz “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. La carta a los Hebreos nos habla de la obediencia de Jesús “Aprendió a obedecer; y se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación”.
Y en el evangelio tenemos una versión de la Pasión distinta a los sinópticos “‘Está cumplido’. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu”. La primera lectura, el cuarto cántico del Siervo Sufriente, trata de una noticia escandalosa que choca con nuestra mentalidad, de la mentalidad de un Cristo sin cruz, sin redención, donde no existe la humillación, y el sufrimiento no pueden ser camino de salvación. El destino del Siervo solo lo comprenden aquellos que admiten que son pecadores y que su pecado merece castigo. Estos al reflexionar sobre el destino del Siervo reconocen que son pecadores y admiten que merecen un castigo. La relación entre pecado y castigo no es nueva en Israel, la novedad está en que el castigado es inocente. El sufrimiento del Siervo es, sin embargo, un canto de victoria, “…lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz” por el triunfo del Siervo y el éxito de su misión.
El salmo, cuyas palabras pronuncia Jesús en la cruz y que nosotros repetimos en la antífona “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” conocemos la vieja costumbre de los escritores judíos de indicar sólo el comienzo de una oración, un verso, una sentencia, dando a entender con ello todo el texto. Con toda seguridad Jesús, que como buen judío conocía los salmos de memoria, recitó trabajosamente las palabras de este salmo.
Mientras Isaías habla de Jesús como Siervo de Dios, la carta a los Hebreos habla de Jesús como sumo sacerdote. Pero no revestido de esplendor oficiando en el templo de Jerusalén, sino suplicando con gritos y lágrimas verse libre de la muerte, “presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte” No lo consigue y se convierte autor de salvación eterna, “Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.”
El enfoque del evangelio de Juan es muy distinto al de los evangelios sinópticos, en Juan Jesús no solo sufre y muere, sino que en todo momento muestra su soberanía y autoridad.

En la escena del calvario, Juan ofrece una muerte serena y con tres palabras exclusivas del evangelio de Juan y sin paralelos en los sinópticos:
Primera palabra, María que abre y cierra toda la vida de Jesús, presente al nacer, en su vida pública en las bodas de Caná de Galilea, y presente al morir, a los pies de la cruz. Jesús nos la entrega como madre, sin María no se puede concebir la comunidad cristiana. “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Segunda palabra para el cumplimiento de las escrituras, no le quiebran hueso alguno y miran al que traspasaron. El maestro que promete a la samaritana un agua viva que arrastre el corazón hasta la vida eterna; quien le habla de un agua que quitará la sed para siempre; quien nos invita a dar un vaso de agua al sediento, porque es lo mismo que dárselo a Él; quien transformó seis tinajas de agua en valioso vino; quien a voz en grito anunciaba junto al templo de Jerusalén en un solemnísimo día de fiesta: El que tenga sed venga a mí y beba … y de sus entrañas manarán ríos de agua viva, el mismo Jesús ahora, a punto expirar, desde lo alto de la cruz, sólo dice: “Tengo sed”
Tercera palabra “Todo se ha cumplido”, se ha cumplido el plan de Dios desde que mismo Verbo se hizo carne y habita entre nosotros. La pasión según san Juan viene muy bien la lectura que hemos oído del profeta Isaías, no en la descripción del sufrimiento sino en la conciencia de que todo termina con la victoria de Jesús.
Mantengámonos en oración acompañando a María en espera de la Gloriosa resurrección del Señor. Un abrazo.