
Hoy celebramos la solemnidad del Espíritu Santo, también el día de la Acción Católica y del apostolado seglar. Cincuenta días después de Pascua, de las experiencias de Pascuales, de la Resurrección, que nos han puesto en el camino de la vida verdadera. Vida para transformar la historia, para fecundar a la humanidad con una nueva experiencia de unidad, de razas, lenguas, naciones y culturas.
La primera lectura relata el acontecimiento de Pentecostés, no como forma de experiencia personal e individual, sino de toda la comunidad “… se llenaron todos de Espíritu Santo” El salmo, un canto de alabanza por las obras del Espíritu, su poder vivificador “Envía tu Espíritu, Señor y repuebla la faz de la tierra” Si el salmo habla de la acción del Espíritu sobre toda la creación, en la segunda lectura habla de la acción del Espíritu en nosotros, en la comunidad que nos hace hijos de adopción, y que mediante el cual clamaremos “Abad Padre”. En el evangelio, Juan, nos habla del Espíritu Santo que enviará el Padre, el cual nos capacitará, nos iluminará para ver la frescura de su mensaje “el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”
Con el Espíritu Santo, nuestros primeros hermanos en la fe, perdieron el miedo y se atrevieron a salir del cenáculo para anunciar la Buena Noticia a todos los pueblos de la tierra. El Espíritu Santo recrea, repuebla, renueva, recuerda, hace presente, nos auxilia… así lo pedimos en el salmo de hoy. Sin el Espíritu Santo los apóstoles no habrían podido llevar a cabo la misión de continuar la obra de Jesús. Al Espíritu Santo le que seguimos encomendando los frutos del sínodo que estamos viviendo en la Iglesia: comunión, participación y misión; sin ido que el próximo día 18 de junio tendremos la fase final diocesana.
La primera lectura, tomada del libro de los Hechos, Lucas, como es costumbre en este evangelista, nos da las coordenadas tanto temporal como espacial, sitúa la venida del Espíritu Santo en el cenáculo y en el día de Pentecostés, la segunda fiesta judía más importante después de la fiesta de Pascua, también es conocida como fiesta de las Semanas, de la Siega o de las Primicias, aunque es una fiesta agrícola, el pueblo de Israel le da un sentido teológico, ya que se produce en un contexto muy similar a la constitución del pueblo de Dios en el Sinaí, celebra la acogida del don de la Ley como condición de vida para la comunidad renovada. Para nosotros cristianos, también tiene un sentido teológico, la acogida del don del Espíritu Santo “Se llenaron todos de Espíritu Santo”. Pentecostés es el canto de las maravillas de Dios en todas las lenguas. Si Babel se confundieron, en Pentecostés se aúnan, aunque sean distintas “… y cada uno los oímos hablar de las grandezas de dios en nuestra propia lengua”. Es una profunda comunión de lo diverso, de forma que, aunque se sigamos caminos y expresiones distintas, es el Espíritu Santo quien nos une. El Señor es el Dios de todos los pueblos “de todos los pueblos que hay bajo el cielo”, y todos pueden conocerlo en el fuego del amor. El don del Espíritu nos lleva a la unión profunda, a la que estamos destinados por voluntad de Dios.
La segunda lectura, sacada de la carta de San Pablo a los Romanos, trata de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Nos habla de la experiencia de filiación que produce el Espíritu Santo en nosotros “somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” La dignidad del ser humano no es solo el ser ciudadano, sujeto de derechos y de obligaciones. Nuestra dignidad es la de ser hijos en el Hijo, hijos de Dios y es el Espíritu Santo el que nos hace clamar “Abad Padre” y compartir la vida entregada de Cristo. El cristiano no vive bajo la tiranía de un espíritu de esclavitud, sino que vive bajo el Espíritu de Dios que es libertad. El Espíritu Santo es el que nos capacita y es el garante de nuestra dignidad, hace posible nuestra nueva vida en Cristo.

En el evangelio escuchamos que Jesús enviará el Espíritu Santo sobre sus discípulos, en Hechos hemos oído el relato de Pentecostés y de Pablo hemos percibido como actúa el Espíritu en la vida de la comunidad. San Juan nos dice que amar a Jesús es guardar su palabra “El que me ama guardará mi palabra”, llevara a la práctica su palabra, pero esta palabra tampoco es suya, sino que proviene del mismo Padre “Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió”.
El corazón del hombre es débil y torpe, por eso el defensor, el Espíritu Santo, debe de hacer de consejero, de consolador, de maestro del espíritu. Cuando entramos en la riqueza de la Palabra de Dios, entramos en su versatilidad, en su actualidad y podemos descubrir que sigue siendo mensaje de salvación y esperanza. Pero tenemos que tener claro que no somos nosotros quienes por un camino independiente podemos alcanzar la comprensión de esta palabra en su totalidad. Es el Espíritu Santo quien nos capacita, quien nos ilumina “el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo …”, quien nos hace ver con nuestros ojos, a veces cansados, el vigor y la frescura de su mensaje.
Dejémonos guiar por el Espíritu Santo e inundados por sus siete dones: sabiduría, consejo, entendimiento, fortaleza, conocimiento, piedad y temor de Dios, proseguir la misión de anunciar el Reino de Dios.
Feliz domingo y feliz semana.