20/08/2023
XX Domingo del Tiempo Ordinario, en que damos gracias a Dios y a su Hijo, porque sin ser ovejas de Israel nos ha llegado la salvación. Los paganos también somos destinatarios de la salvación, en la medida de que fundamentemos nuestra relación con Dios y con Jesucristo en la fe, en la confianza radical en Él.
Una breve síntesis de las lecturas: En la primera lectura, el Señor declara que, en los últimos días, todos aquellos que guarden sus mandamientos, sean o no del linaje de Israel, serán considerados como parte de su pueblo “mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos”. El salmista eleva una oración confiada a Dios con la certeza que solo Él puede dar la misericordia y traer salvación “Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”. En la segunda lectura, Pablo, nos dice que los judíos eran los primeros destinatarios del mensaje de salvación de parte de Dios, estos la rechazaron “Pues si su rechazo es reconciliación del mundo, ¿qué no será su reintegración sino volver desde la muerte a la vida?”, pero lejos de desanimarse se dirigió a los paganos, quienes acogieron con gozo la Vida que trae Cristo. El Evangelio, presenta a una mujer extranjera que, angustiada por la enfermedad de su hija, busca la compasión de Jesús “Señor, ayúdame […] Mujer, qué grande es tu fe”
La primera lectura, del profeta Isaías, nos trae un mensaje universalista, la salvación de Dios también está destinada a los extranjeros “los traeré a mi monte santo” El profeta afirma que hay extranjeros que merecen el beneplácito de Dios porque se dan al Señor, le sirven, guardan su alianza y aman su nombre “sus holocaustos y sacrificios serán aceptables sobre mi altar”. Por eso el salmo tiene carácter universal y misionero, el deseo y la oración del salmista es que “conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación”
La segunda lectura, de la carta a los Romanos, sigue con el tema de obstinación de Israel y su destino. Pablo vuelve a mostrar su amor al pueblo judío, sin perder la esperanza de que algún día lleguen a reconocer al Mesías, como lo están haciendo muchos pueblos paganos. Su deseo mayor es “ver si doy celos a los de mi raza y salvo a algunos de ellos” Pablo está orgulloso de ser el apóstol de los paganos “siendo como soy apóstol de los gentiles, haré honor a mi ministerio”, pero no por eso se desentiende de su pueblo, si los paganos están siendo admitidos a la comunidad de los salvados, cuanto más no es de esperar que el pueblo elegido, los herederos de las promesas, no tengan mejor o igual suerte que los paganos.
En el evangelio una mujer sirofenicia, le pide a Jesús que cura a su hija enferma, pero Jesús no le pone la cosa fácil a la buena mujer. Primero hace ver que no la oye, que la ignora. Ante la petición de los apóstoles, a los que hay que decir que esta mujer les molestaba, pues estaba detrás gritando, responde Jesús, pero negativamente, alegando que ha sido enviado al pueblo elegido de Israel. A la mujer parece no solo atenderla, sino que pone a prueba su fe, con una comparación que a nosotros nos puede parecer ofensiva, de que el pan es para los hijos y no para los perros, aludiendo a Israel como los hijos, y a los demás como no pertenecientes a la casa. En aquella época los judíos llaman perros a los paganos. Pero la mujer contesta firmemente que en cualquier casa, sin quitar el pan a los hijos, se procura que quede algo para los perritos, a los que Jesús ante la fe de aquella responde “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”
Jesús, aunque solía predicar en tierras de Israel, no perdía la ocasión para alabar también la fe de los extranjeros: leproso samaritano que vuelve a dar gracias, el buen samaritano que atiende al herido en el camino, al centurión romano por su fe, y hoy la fe de la mujer cananea. No es la pertenencia al pueblo judío lo que salva, sino la fe en el Enviado de Dios. No es la raza, sino la disposición de cada uno ante Dios. Jesús alaba hoy la fe de esta buena mujer, que no es judía, mientras que muchas veces tiene que criticar la poca fe de los oficialmente buenos, en aquella época escribas y fariseos. Hoy, nosotros mismos, tal vez ignoremos la fe, rechazamos la posible fe o la cuestionamos, de aquellos que no son de los nuestros, no los conocemos, no forman parte de la comunidad, pero se acercan ante las preocupaciones y necesidades de la vida a gritar como la mujer cananea “Ten compasión de mí, Señor Hijo de David” y “Señor, ayúdame” sabiendo que, ante lo desesperado de las situaciones, hay Alguien que puede hacer algo por ellas.
Feliz domingo, día del Señor y feliz semana.


