24/12/2023
El IV Domingo de Adviento siempre es muy mariano, pues es el preludio de que la Navidad está muy próxima. Este año, precisamente al día siguiente. Completamos las banderolas, esta última con la frase “Deja que entre la luz”. Encendemos la cuarta vela, que expresa que el Señor ya está cerca, que nos prepararemos para celebrar ese momento en que la Palabra que acompañó a los patriarcas, la Palabra que se reveló a Moisés y que acompañó al pueblo de Israel, la Palabra que llegada la plenitud de los tiempos se hace hombre, se mete de lleno y de pleno en nuestra historia para salvarnos. Celebrar esto es tomar en serio que si Dios se hizo hombre y se embarcó en nuestra historia fue para nuestra salvación, por eso estamos invitados a redescubrir la alegría de la salvación.
En el Segundo Libro de Samuel, David quiere construir una casa, un edificio, a Dios, pero Dios quiere un linaje, una dinastía, una familia en la que todos acepten como el Dios vivo y el Señor de sus vidas “Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí”. Salmista canta la misericordia y fidelidad de Dios “Cantaré eternamente tus misericordias, Señor”. Pablo, en la Carta a los Romanos, invoca a Dios, que fortalece a los creen para que se mantengan fieles al Evangelio “Al que puede consolidaros según mi Evangelio”, de tal manera que fortalecidos puedan seguir anunciado la Buena Noticia a todas las gentes. El Evangelio, también es un anuncio, el anuncio a la Madre del Mesías “Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”.
David es uno de los personajes más importantes de la historia de Israel. La primera lectura del libro de Samuel, nos relata que una vez conseguida la paz y la unidad de las tribus del Norte y del Sur, el rey David tiene su conciencia intranquila, vive en un gran palacio rodeado de todo lujo, mientras el Arca de la Alianza estaba en una tienda de campaña. El rey David quiere construirle un templo al Señor. Por medio de Natán Dios le dice al rey David que no se preocupe por eso, no va ser él quien le erija una casa, Dios no necesita templos, su presencia no se puede encerrar en lugares, es Dios de la vida y acompaña a los hombres en los acontecimientos de la vida, no está sujeto ni aun lugar ni al tiempo. El Señor dice a David: “Yo te daré una casa a ti”, en ese mismo sentido leemos el salmo: “Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades” de ahí brota la promesa davídica que marcará toda la historia. El templo de Dios son las personas, somos llamados a ser presencia y templos de Dios en nuestras vidas.
S. Pablo, prorrumpe en la segunda lectura en un cántico de alabanza porque el proyecto salvífico de Dios, oculto desde la eternidad, ha sido ahora revelado en Cristo: “revelación de un misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente por las Escrituras que lo predicen”
El Evangelio de la Anunciación, lo hemos leído hace poco, en la fiesta de la Inmaculada, pero en aquella fiesta lo hacíamos en clave de anuncio a María, hoy lo hacemos en clave de anuncio del nacimiento del Mesías. En el evangelio, el sí que María, su respuesta afirmativa al plan salvífico de Dios, le lleva concebir en su seno, a dar a luz un hijo y al que pondrá por nombre Jesús, “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David” cumpliéndose la promesa davídica, la promesa de salvación. El sí de María representa de algún modo a todos los que a lo largo de la historia han dicho si a los planes de Dios. Es el Espíritu de Dios quien lleva la iniciativa y dirige los hilos de la historia, sirviéndose de personas. María es la que puede ayudarnos a vivir la Navidad con mayor profundidad desde nuestra fe, acogiendo a Dios en nuestra vida con el mimo amor y la misma fe que ella. El ángel Gabriel nos anuncia, como hiciera hace dos mil años, que Dios quiere venir, que quiere nacer en nosotros, desea venir a nuestras vidas, para que podamos transformar el mudo con el anuncio del Evangelio.
Tal vez nos hagamos la misma pregunta que María “¿Cómo será eso, …?”, quizás no acabemos de creer que sea posible el anuncio del Evangelio, la respuesta es la misma que le dio Gabriel a María, con nuestras fuerzas no podremos transformar ni evangelizar al mundo, per sí con la fuerza del Espíritu Santo, nos dice como a María que no tengamos miedo, para Dios nada hay imposible.
Acojamos en nuestras vidas a Dios y digámosles como María “hágase en mi según tu palabra”
Feliz domingo, día del Señor.



