03/03/2024
Nos situamos, con este tercer domingo de Cuaresma, en la mitad, en el ecuador, de nuestro camino hacia la Pascua. Los domingos anteriores hemos acompañado a Jesús en la prueba del desierto y hemos subido a la montaña de la Transfiguración donde vimos la humanidad y divinidad de Jesús. En los siguientes domingos leeremos a S. Juan, en unos relatos que nos irán anunciado la muerte, resurrección, el camino de glorificación de Jesús.
La primera lectura relata un episodio muy importante de la Historia de la Salvación, después de que los domingos anteriores escuchábamos la alianza con Noé y Abrahán, hoy lo hacemos con la Alianza del Sinaí, considerada la alianza más importante, también conocida como Primera Alianza o Antigua Alianza. Los diez mandamientos “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud”. El salmista nos da la clave de que en estos mandamientos está la clave de la verdadera armonía de la vida interior y exterior “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma”. En la segunda lectura Cristo crucificado, aparente símbolo de la impotencia y necedad, se revela con fuerza y Sabiduría de Dios “Lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”. El evangelio se mueve en pleno ambiente de Cuaresma: la muerte y la Resurrección, la Nueva Alianza “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.
En la primera lectura leemos la Alianza de Dios con Moisés. El hombre de hoy, no comprende los mandamientos. Los tiene por prohibiciones arbitrarias de Dios, por límites puestos a su libertad. Pero los mandamientos de Dios son una manifestación de su amor, los podemos comparar con el paso por senderos peligrosos, los diez mandamientos son como las barandillas, las señalizaciones de peligro, las barreras para evitar que alguien caiga al vacío, el objetivo de los mandamientos no es diferente, los diez mandamientos fueron dados por Dios, para evitar que algún distraído o despistado se salga o aparte del camino, son como las barreras, los quitamiedos, y protecciones para no caer. No son una carga insoportable, recordemos lo que dice el salmo “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma”
Pablo que predicó en regiones de influencia griega se enfrentó con dos problemas: mientras los judíos querían portentos y milagros, los griegos querían un mensaje repleto de sabiduría humana. Poder para los judíos, sabiduría para los griegos. Pablo predica todo lo contrario, un Mesías crucificado, el colmo de la debilidad y el colmo de la estupidez. “Cristo crucificado: escandalo para los judíos, necedad para los gentiles” Pero Cristo crucificado es fuerza de Dios y Sabiduría de Dios.
El relato de la expulsión de los mercaderes del templo se divide en dos partes: la expulsión de los mercaderes y la breve discusión de Jesús con los judíos. La Ley o Torá y el Templo eran considerados los grandes pilares sobre los que se apoyaban los judíos. Ambos, Templo y Ley, son expresión de la acción de Dios en favor del pueblo y recordaban a la Alianza.
Jesús se enfrenta a los judíos, que alardean de ser hijo de Abraham y observadores escrupulosos de la Ley de Moisés. Jesús predica una transformación de las relaciones entre Dios y los hombres, no anula la Ley ni el Templo, sino la forma como los judíos entendían su significado. Ni la Ley ni el Templo debe entenderse como instrumentos de dominio de unos hombres por otros. Jesús denuncia la pérdida de su verdadero significado: ni la Ley ni el Templo son ya instrumentos que facilitan al hombre su relación con Dios; la casa de oración se ha convertido en cueva de ladrones, “Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”, y la Ley en un pesado fardo que ni ellos mismos pueden soportar.
En contra de lo que podíamos esperar, los judíos no envían a los guardias a detener a Jesús. Se limitan a pedir un signo, un portento que justifique su conducta. Los judíos esperaban que el Mesías llevara a cabo una purificación del Templo. Si Jesús es el Mesías, que lo demuestre primero y luego actúe como tal. La respuesta de Jesús: “Destruid es este Templo y en tres días lo reconstruiré”, curiosamente Juan no cuenta cual fue la reacción de las autoridades, nos dice como debemos de interpretar estas palabras; que no se refieren al Templo físico, sino su cuerpo. Los judíos pueden destruirlo, Él lo reedificará. Con su muerte Jesús manifiesta la destrucción del Templo y la instauración de una Nueva Alianza en la que el culto a Dios se realiza en Espíritu y en verdad.
En la respuesta de Jesús encontramos un muy brevemente el anuncio de la Pasión y Resurrección: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Si el domingo pasado, la Transfiguración nos anticipaba la gloria de Jesús, en este repite su certeza de resucitar de la muerte. Con esto la liturgia quiere orientar el sentido de la Cuaresma y de nuestra vida, que no termina en el Viernes Santo, sino en el Domingo de Resurrección.
Feliz domingo, día del Señor y feliz semana.


