Cuarto Domingo de Adviento

22/12/2024

Cuarto Domingo de Adviento nos centramos en la preparación inmediata de la Navidad. El tono de estos días, que comenzamos el día 17 de diciembre, es más navideño y se destaca la centralidad de María y la inminente llegada del Señor. Estamos a punto de comenzar la Navidad, en la que conmemoramos la primera venida del Hijo de Dios, y dirigimos también nuestros pensamientos hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos, del retorno del Señor, pero en gloria y majestad.

Una posible síntesis de las lecturas puede ser esta: El profeta Miqueas nos pide que no despreciemos lo pequeño, lo insignificante, lo que no cuenta: Belén es una aldea pobre en la montaña de Judá “Y tú, Belén de Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel”. Con el salmo cantamos “Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” con la que pedimos a Dios la salvación. La segunda lectura, Hebreos, nos adentra en lo novedoso: la salvación no viene de la repetición de holocaustos y sacrificios animales, sino de la entrega de Cristo “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni victimas expiatorias”. El evangelio nos invita a contemplar a María, mujer humilde, creyente “Bienaventurada la que ha creído”, que espera en Dios y en su salvación.

La profecía de Miqueas se mueve en el mesianismo davídico, David es el pastor de Israel, el más pequeño e insignificante de todos. La teología de lo pequeño, de lo último, aparece con frecuencia la Biblia: Jacob es el hermano menor, el reino de Israel proviene de las últimas tribus de José y Benjamín. David es el menor de sus hermanos, la salvación viene de lo pequeño. El mesías no nacerá en un palacio lujoso de Jerusalén, Miqueas apunta a lo pequeño, a la aldea insignificante y perdida de la montaña, de la que saldrá el que pastoreará a Israel “pastoreará con la fuerza del Señor”

En la carta a los Hebreos, la salvación anunciada por los profetas llega a su cumplimiento. La oblación de Cristo, se sitúa en el ámbito de la obediencia incondicional a Dios “He aquí que vengo para hacer tu voluntad” y definitivamente “una vez para siempre” con Cristo hemos entrado en el tiempo definitivo de la salvación.

Los tres domingos anteriores de Adviento nos propusieron a tres figuras humanas: primero, de forma colectiva, los profetas, portadores de conversión y esperanzas; segundo a Juan Bautista, figura mitad profética, mitad mesiánica, y hombre provocador; y tercero, una sencilla y humilde mujer judía, que vive en Galilea, tierra precisamente de gentiles. Los tres tienen en común que apuntan al futuro, creen en Dios y anuncian esperanza. Dios anuncia que hay futuro y que hay esperanza, y se sirve del anuncio de que va nacer un niño, por medio del profeta Isaías; de que las situaciones y las personas pueden ser distintas, como así lo manifestó Juan Bautista; de que una joven y humilde virgen lleva en su seno la vida plena de Dios, mediante María.

Pero el evangelio de este último domingo de Adviento habla del encuentro de dos mujeres, de abrazo de dos tiempos de salvación, de bendición, de fe y de cumplimiento. La primera mujer es María que porta en su seno a la promesa misma, a Jesús. La segunda, Isabel, lleva en su seno a Juan, el precursor y el nexo de unión con la profecía de todo el Antiguo Testamento. Ambas son portadoras, Isabel del precursor y María del realizador de la nueva alianza. Son dos mujeres que se abrazan, al mismo tiempo abrazan dos tiempos de salvación, el de Israel y el de la Iglesia, el nuevo Israel.

El evangelio habla también de bendición, María ha sido bendecida por Dios y su Hijo es la Bendición. Habla de fe, María es bienaventurada; es bendita porque cree, confía, espera y obedece en Dios y al mismo Dios. Habla de cumplimiento, María posibilita el cumplimiento de la espera del tiempo de salvación. Y habla de servicio, porque María, tras dejarla Gabriel “se levantó, y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel”. Tras el anuncio, María se pone en acción, con celeridad, se pone a servir a su pariente Isabel.

Contemplemos a María como modelo de fe que, desde su sencillez, desde su madurez, que acepta que Dios lleve por medio de ella su plan. María es modelo de espera y entrega a Dios.

Abramos nuestro corazón y esperemos llenos de fe, esperanza y caridad la venida del Señor.

Feliz domingo día del Señor, alegraos el Señor ya está es muy cerca.

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