Segundo Domingo de Navidad

05/01/2025

Que el Hijo de Dios haya nacido en carne humana es un misterio de tal calado que sobrepasa las posibilidades de nuestras mentes.  La repetición de algunas lecturas durante el Tiempo de Navidad tiene como fin el empaparnos a fondo del mensaje principal de este misterio, Dios se ha hecho hombre, ha asumido nuestra condición, el Hijo de Dios se hizo hombre, para que nosotros seamos hijos de Dios. La alegría de la Navidad se prolonga en este Segundo Domingo en el que continuamos contemplando el misterio de la encarnación. Dios con nosotros, Enmanuel, vuelve a ocupar el centro de la celebración, las lecturas de hoy nos invitan a profundizar en este misterio y a de descubrir su significado las implicaciones y consecuencias que esto tiene para nuestras vidas.

La primera lectura, del Eclesiástico, Dios se presenta y se identifica con Sabiduría, que se revela en Jesucristo que quiere morar entre los hombres, “Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel”. El salmo nos recuerda que Dios se ha dado a conocer a su pueblo a través de su Palabra “Él envía su mensaje a la tierra”, en la antífona cantamos precisamente el misterio de Dios encarnado. En la segunda lectura, somos bendecidos en “Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos”, pues el Él asumió la condición humana. El Evangelio revela este misterio central de nuestra fe “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”

“En el principio ya existía el Verbo”, Juan abre su evangelio con un himno solemne que nos presenta a Jesús como Verbo de Dios encarnado, esta imagen del Verbo va más allá de la simple palabra hablada, pues esta Palabra abarca la razón, el sentido, el plan de Dios.

El himno nos traslada y nos lleva al comienzo del libro del Genesis: “En el principio…”, es el primer texto que leemos de la Biblia, el primer capítulo del Génesis es una presentación de la historia, es un prólogo a todo lo que llega después, nos introduce en lo que se nos va a narrar en toda la Sagrada Escritura, la historia de una relación de amor entre Dios y el ser humano. También nos conecta con el epílogo, al final de las Escrituras, en las últimas páginas del Apocalipsis nos recuerda a la Noche Santa de Pascua, cuando encendemos y bendecimos el cirio, signo de Cristo glorificado y resucitado “Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin”

El comienzo del evangelio de Juan revela la divinidad de Jesús y su preexistencia, habla de la íntima unión entre el Padre y el Hijo, y de la Encarnación como culmen del amor de Dios por la humanidad, el discípulo amado, nos presenta a Jesucristo, el Verbo eterno de Dios, en tres momentos o etapas:

  1. El Verbo preexistente: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1, 1). Desde la eternidad, el Verbo participaba de la misma esencia divina. El Prólogo nos habla de Jesús que se identifica con la Sabiduría de la Escritura y con el Logos griego, es el Verbo, la Sabiduría preexistente que busca su morada en medio del pueblo de Dios.  
  2. El Verbo revelado: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió” (Jn 1, 4-5). El Verbo, fuente de vida y luz, vino al mundo para iluminar a todos los hombres, pero la oscuridad no pudo comprenderlo. Juan Bautista, figura clave del Antiguo Testamento, es presentado como testigo de esta luz, él no es la luz sino el que da testimonio de ella, él es la síntesis de la revelación al pueblo de Israel, del que nosotros somos herederos, pues primero habló por medios de nuestros padres, los patriarcas (Abrahán, Isaac, Jacob) “Anuncia su Palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel”, Moisés, David, los profetas, y llegada la plenitud de los tiempos lo hace por medio del Hijo.
  3. El Verbo Encarnado: “Y la Verbo se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14). La Sabiduría se encarna en Jesús, la Palabra hecha carne, por Él somos bendecidos, bienaventurados, llamados a ser hijos de Dios, y coherederos con el Hijo. La Encarnación nos interpela a acoger a Jesús en nuestra vida, a seguir sus pasos y a dejarnos transformar por su gracia. La Palabra de Dios no es solo un concepto abstracto, sino una persona viva que nos invita a una relación personal con Él.

Estamos invitados a contemplar el misterio de la Palabra que se hizo carne y a dejarnos iluminar por su luz. En Jesús, Dios se hace visible, cercano, accesible. Él nos revela el rostro del Padre y nos abre el camino hacia la vida, nos llama a buscar la Sabiduría de Dios en la oración, en la meditación de la Palabra y en la escucha atenta de la voz del Espíritu Santo. Solo en Dios podemos encontrar la verdadera sabiduría que nos guía por el camino de la vida.

La Iglesia, comunidad de creyentes, somos la morada de la Sabiduría de Dios, de la Palabra, del Verbo, estamos llamados a ser portadores de esta Sabiduría y anunciarla al mundo con nuestras vidas, palabras y obras

Hermanos, el misterio de la Navidad nos desborda, pero al mismo tiempo nos llena de esperanza y de alegría. En Jesús, la Palabra hecha carne, Dios se ha acercado a nosotros de una manera inimaginable. Él nos ha revelado su amor, su misericordia. Dejémonos iluminar por su luz, acojamos su Sabiduría y como Peregrinos de Esperanza sigámosle con generosidad por el camino del Evangelio. Que esta Navidad siga siendo un tiempo de gracia, de renovación y de encuentro con el Dios que nos ama.

Acojamos en nuestros corazones al Verbo hecho carne, a modelo de María que guardaba todas las cosas en su corazón.

Nuevamente Feliz Navidad.

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