25/03/2021
Rompemos hoy carácter penitencial de la Cuaresma, como ya hicimos, la semana pasada, en la solemnidad de San José. Celebramos hoy la solemnidad de la Encarnación, un misterio central de nuestra fe que resuena de manera especial en este año jubilar, “Peregrinos de Esperanza”, tiempo de gracia nos invita a reflexionar sobre el camino que Dios ha trazado para la humanidad, un camino marcado por la promesa, la respuesta fiel y la esperanza que nace del encuentro con Emmanuel, Dios con nosotros.
Las lecturas tienen como hilo conductor la voluntad de Dios que se cumple a través de la fe y la obediencia, culminando en la Encarnación del Hijo de Dios para nuestra salvación. Vemos la promesa de un signo en el Antiguo Testamento, la disposición del salmista a hacer la voluntad divina, la insuficiencia de los antiguos sacrificios frente a la oblación del cuerpo de Cristo, y finalmente, la respuesta humilde y generosa de María a la llamada de Dios, permitiendo que la promesa se haga realidad. Este acto de obediencia amorosa es la fuente primordial de nuestra esperanza como peregrinos.
El profeta Isaías, en la primera lectura, ante la incredulidad del rey Acaz, anuncia un signo divino: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, porque con nosotros está Dios”. Este anuncio, aunque dirigido a un contexto histórico específico, trasciende para señalar la promesa de la presencia de Dios en medio de su pueblo de una manera única y definitiva. En nuestro peregrinar de esperanza, esta profecía nos recuerda que Dios siempre cumple sus promesas, incluso cuando la incredulidad humana parece oscurecer el horizonte. El Emmanuel es la garantía de que no caminamos solos.
El salmista expresa una profunda disposición a cumplir la voluntad de Dios: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Reconoce la insuficiencia de los sacrificios y ofrendas en sí mismos, anhelando una obediencia interior: “Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas”. Como peregrinos de esperanza, este salmo nos invita a examinar nuestra propia disposición a la voluntad divina. ¿Estamos verdaderamente abiertos a lo que Dios nos pide en nuestro camino? La verdadera esperanza se nutre de un corazón que busca y cumple la voluntad del Señor.
Segunda Lectura, de la carta a los Hebreos, el autor profundiza en la insuficiencia de los sacrificios antiguos para quitar los pecados: “Es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados” En contraste, presenta la venida de Cristo al mundo con una disposición similar a la del salmista: “He aquí que vengo para hacer, ¡oh, Dios!, tu voluntad”. La “oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre” es el sacrificio perfecto que nos santifica. En nuestro camino como peregrinos, esta lectura nos recuerda que nuestra esperanza se funda en el sacrificio único y redentor de Cristo, que nos abre las puertas a la santificación y a la vida eterna.
Lucas relata la Anunciación, que nos presenta el momento crucial en el que la promesa de Isaías comienza a cumplirse. El ángel Gabriel anuncia a María que concebirá y dará a luz un hijo, Jesús, el Hijo del Altísimo. La respuesta de María es un modelo de fe y obediencia: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”. Su sí generoso y humilde permite la Encarnación, el misterio por el cual Dios mismo se hace hombre y camina con nosotros. Como peregrinos de esperanza, María es nuestro modelo y guía, su fiat es un faro que ilumina nuestro camino, mostrándonos que la verdadera esperanza reside en la apertura total a la voluntad de Dios, confiando en que “para Dios nada hay imposible”.
En este Año Jubilar, mientras caminamos como peregrinos de esperanza, contemplemos profundamente el misterio de la Encarnación. En la humildad del sí de María, en la obediencia amorosa de Jesús al Padre, encontramos la fuente inagotable de nuestra esperanza. Que el Emmanuel, Dios con nosotros, nos acompañe en cada paso de nuestro peregrinaje, fortaleciendo nuestra fe y renovando nuestra esperanza en las promesas divinas.
Feliz día de la Encarnación.



