06/04/2025
Nos aproximamos al final de la Cuaresma, tiempo en el que hemos profundizado en el encuentro con el Señor, compartiendo la fe, la oración y la vida con el prójimo. Pero seguimos recorriendo con Jesús el camino cuaresmal hacia la Pascua, finalizamos nuestros domingos de Cuaresma para comenzar nuestra Semana Santa. Hoy Jesús nos enseña sobre el perdón, Dios nunca condena a nadie, siempre nos tiende la mano, siempre está cerca del que sufre y tapa la boca de los que más tienen por qué callar.
El tema de las lecturas es la acción salvadora de Dios manifestada en perdón, renovación y la promesa de vida eterna a través de Jesús, a pesar de la oposición y las caídas humanas, llamando a una respuesta de fe y transformación.
En la primera lectura, el profeta Isaías nos invita a levantar la cabeza. No estamos condenados a repetir lo antiguo, ni a someternos a una vida caduca y rutinaria “Mirad que realizo algo nuevo; daré de beber a mi pueblo”. Hemos de ponernos en camino, atravesar los desiertos de la vida, con la confianza en que Dios no nos abandona. En el salmo, el pueblo reconoce la grandeza del Señor por haberlos hecho volver del cautiverio, llenándolos de alegría y cantares, cantando “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”. San Pablo considera todo como pérdida y basura comparado con el conocimiento de Cristo Jesús, “Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” por quien lo ha perdido todo para ganar a Cristo y alcanzar la justicia que viene de la fe en Él, esforzándose por la meta. El evangelio nos lanza una nueva invitación a dejarnos interpelar por Jesús, a no condenar y perdonar “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.
En primera lectura, del profeta Isaías, habla de la experiencia del pueblo que regresa a Judá y Jerusalén después de su exilio en Babilonia. El camino emprendido, un nuevo éxodo, una nueva travesía como la que tuvieron sus antepasados por el desierto, con lo que ello supone, sed, hambre, … Regresan de estar exiliados, desterrados y apartados de sus tierras, regresan de una tierra que no aman y que no les pertenece. Es un pueblo que vuelve a empezar, no están condenados a vivir siempre en el exilio, algunos se habitúan a su status quo y no quieren regresar, permanecen inmóviles. Lo antaño les paraliza, solo acepta la sumisión “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?”. Lo nuevo, Dios, hace que broten ríos en los desiertos “Abriré un camino en el desierto, corrientes en el yermo”. Algo nuevo, sorprendente, distinto está brotando. Hay que ponerse en camino, sabiendo que Dios no nos abandona “para dar de beber a mi pueblo”. Así lo manifiesta el pueblo que regresa, en una estrofa del salmo leemos “Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas”
San Pablo, en su segunda carta a los Filipenses, echa la mirada atrás, a su vida pasada con sus títulos de hebreo y fariseo, su antiguo status quo, jactándose de haber sido un ardiente militante contra la Iglesia naciente. Pero después de conocer y de haber sido alcanzado por Cristo, todo lo anterior lo considera basura “Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” es su vida nueva en Cristo. Pablo afirma haber conocido la muerte de Jesús, sus padecimientos vividos y experimentados en sus carnes en las persecuciones, con el deseo de conocer su Resurrección. El único objetivo de y sentido de la vida de pablo es Jesús, su Señor. Pero como en la primera lectura todo deja atrás lo anterior y se lanza hacia lo que está por delante “olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante…”
El Evangelio, este domingo según san Juan, no presenta a una mujer condenada a muerte por lapidación; macabro modo de ejecución que aún pervive en la actualidad en algunos países. Los escribas y fariseos, aprovechan este episodio para poner a prueba a Jesús. Quieren cogerlo en una trampa y tener de qué acusarlo. Jesús, da salida a la situación desenmascarando a los falsos piadosos, echándoles en cara su pecado y salvando a la mujer. Ella dejó atrás su vida anterior, su status quo, “Anda, y en adelante no peques más” siguiendo a Jesús en su nueva vida. Jesús dice una sentencia que aún hoy sigue resonando, “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús dijo: Tampoco yo te condeno” nadie puede ser juez inmisericorde de otra persona. Jesús nos invita de forma directa a que nos miremos a nosotros mismo antes de juzgar y condenar a otros.
Que el Señor nos ayude a no olvidar esta escena del evangelio y sus palabras. No juzguemos y no condenemos a nadie. Y por la intercesión de María, la Reina de la Paz, pedimos y rogamos por la paz en el mundo.
Feliz domingo día del Señor y feliz semana.



