Domingo de Pascua

20/04/2025

¡Aleluya Resucitó!

Feliz Pascua de Resurrección: De las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida: Cristo ha resucitado, ¡y nuestra esperanza peregrina se renueva con esta victoria que anunciamos con alegría y alabanza!

En primera lectura, Pedro, lleno del Espíritu Santo, proclama el núcleo de nuestra fe pascual ante Cornelio y su familia. Recuerda cómo Jesús de Nazaret pasó haciendo el bien, ungido por Dios, su muerte en la cruz y, fundamentalmente, su resurrección al tercer día, testificada por aquellos que comieron y bebieron con Él después de su resurrección. Este testimonio apostólico es el inicio de la misión de la Iglesia, peregrina anunciadora de la Buena Nueva de la resurrección.

Con el salmo, nuestro corazón se une al júbilo universal para dar gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Exclamamos con fuerza: “¡La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor hace proezas! … La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Cristo, rechazado y crucificado, es la base firme de nuestra fe y la garantía de nuestra esperanza.

Pablo, en la segunda lectura, nos exhorta a dirigir nuestra mente a las cosas de arriba, no a las de la tierra, porque hemos muerto al pecado y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste, también nosotros nos manifestaremos con Él en gloria. Como peregrinos de esperanza, esta verdad nos impulsa a vivir de acuerdo con nuestra nueva identidad en Cristo resucitado.

El evangelio de hoy nos narra el amanecer del día más importante de la historia: María Magdalena y luego Pedro y el otro discípulo corren al sepulcro y lo encuentran vacío. La sorpresa inicial da paso a la comprensión: “Vio y creyó” Aún no entendían las Escrituras, que anunciaban que Él debía resucitar de entre los muertos. Este encuentro con el sepulcro vacío es el primer paso de nuestro camino pascual, un camino que nos lleva de la incredulidad a la fe en la victoria de Cristo sobre la muerte.

Hoy, el eco gozoso del Aleluya resuena en nuestros corazones con una fuerza renovada. Celebramos el centro de nuestra fe, la victoria definitiva del amor sobre el pecado y la muerte: ¡Jesucristo ha resucitado! Y en este año jubilar, en el que hemos sido llamados a ser “Peregrinos de Esperanza”, la resurrección de Cristo se erige como la luz radiante que guía nuestros pasos y fortalece nuestra convicción.

Al igual que María Magdalena y los discípulos, nosotros también somos invitados a acercarnos al sepulcro de nuestras propias dudas y temores. Quizás, en el camino de la vida, hemos experimentado momentos de oscuridad, de pérdida, de desesperanza. Tal vez, las piedras de la dificultad han parecido sellar nuestros sueños y nuestras expectativas. Pero la Buena Nueva que proclamamos hoy es que ¡la piedra ha sido removida! ¡La tumba está vacía! ¡La muerte ha sido vencida!

En este Año Jubilar, nuestra peregrinación adquiere un significado aún más profundo. Somos peregrinos no hacia un lugar geográfico específico, sino hacia la plenitud de la vida en Cristo resucitado. La esperanza es nuestro equipaje, la fe en la victoria de Cristo sobre la muerte es nuestro bastón, y el amor fraterno es la compañía que nos sostiene en el camino.

El evangelio nos muestra el desconcierto inicial de los discípulos ante el sepulcro vacío. Pero, al igual que ellos, también nosotros, a través de la fe y la reflexión en las Escrituras, podemos llegar a comprender la magnitud del misterio pascual. La resurrección no es solo un milagro, sino la confirmación de la divinidad de Jesús, la prueba de su amor infinito y la de nuestra esperanza.

En este Domingo de Resurrección, en este Año Jubilar de la Esperanza, renovemos nuestra fe en Cristo resucitado. Permitamos que la luz de su victoria ilumine nuestros caminos, fortalezca nuestra esperanza y nos impulse a ser auténticos peregrinos, llevando la alegría del Evangelio a todos los que encontremos en nuestro caminar.

Que la gracia del Señor Resucitado nos acompañe siempre y nos guíe hacia la Jerusalén celestial, nuestra morada definitiva. ¡Aleluya, aleluya!

Feliz Pascua de Resurrección.

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