Este pasado viernes, los jóvenes de nuestra Parroquia prepararon un Adoremus, bajo el título «del Dolor a la Gloria» un momento de Oración, Unión y Comunión con la comunidad, donde los jóvenes reflejaron de cómo del dolor que pasó Jesús en la Cruz cuando murió por nosotros llega a la Resurrección y Gloria de Dios.
Un Adoremos en el que se unió la Adoración al Santísimo Sacramento del Altar, Lectura de la Palabra, Oración, dos testimonios de dos jóvenes uno de ellos fue como en la pérdida de un familiar joven también se encontró con Dios y el otro testimonio de otra persona joven hablando sobre la Esperanza. También hubo Peticiones, por el descanso eterno del Papa Francisco, por la recuperación del Obispo Jesús, por los Cardenales y por los más necesitados, terminando con la Acción de Gracias. Todo fue unido a cantos de Adoración, y se finalizó cuando se guardó el Santísimo cantándole a la Virgen María.
Durante esta semana hemos celebrado la octava de Pascua, ochos días seguidos celebrando el acontecimiento de la Resurrección de Nuestro Señor, este año dentro de un contexto año jubilar y de duelo por el fallecimiento del papa Francisco, por quien hemos rezado durante esta semana y a cuál enterrábamos ayer sábado. Ahora rezamos por el cónclave, para que el Espíritu Santo nos de un nuevo Pastor que lleve el timón de la Braca. El tema central de este domingo es: la resurrección de Cristo victorioso sigue derramando su paz y su Espíritu, manifestándose en la fe de la comunidad y en el poder de su presencia viva.
Primera Lectura nos muestra la fuerza viva del Resucitado actuando a través de los apóstoles. Los signos y prodigios que realizaban eran una clara evidencia del poder de Dios y atraían a un número cada vez mayor de creyentes. La comunidad primitiva experimentaba de manera palpable la presencia de Cristo resucitado en medio de ellos, confirmando la verdad de la Pascua “se reunían con un mismo espíritu”
El salmo es un canto de acción de gracias por la victoria y la salvación concedida por el Señor “eterna es su misericordia” Los versículos resaltan la poderosa diestra de Dios y la afirmación de que el salmista no morirá, sino que vivirá para contar las obras del Señor. La piedra desechada que se convierte en piedra angular es una clara alusión a la resurrección de Jesús, la base de nuestra fe.
En la Segunda Lectura, Juan, nos presenta una visión del Señor resucitado y glorificado en el día del Señor. Esta aparición revela la majestad y el poder de Cristo victorioso sobre la muerte, quien sigue hablando y guiando a su Iglesia “No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo”. El miedo inicial de Juan se transforma en una misión al recibir el mandato de escribir lo que ve, lo que es y lo que va a suceder, mostrando la continuidad del plan de salvación en el tiempo pascual.
El evangelio nos narra la primera aparición de Jesús resucitado a sus discípulos. A pesar de las puertas cerradas por el miedo, Jesús se presenta trayendo paz y el don del Espíritu Santo. La duda de Tomás subraya la importancia de la fe basada en el encuentro personal con el Resucitado. La confesión de Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”, es la culminación del encuentro pascual, invitándonos también a nosotros a una fe profunda en la divinidad de Cristo.
El encuentro de los discípulos con Jesús resucitado en el Cenáculo es un momento fundacional para nuestra fe. Estaban llenos de miedo, con las puertas cerradas, tal vez sintiéndose derrotados. Pero Jesús, atravesando toda barrera, se presenta con un saludo de paz: “Paz a vosotros”. Esta paz no es solo la ausencia de conflicto, sino la plenitud de la presencia de Dios, el fruto de su victoria sobre el pecado y la muerte.
Y junto con la paz, Jesús les da su Espíritu: “Recibid el Espíritu Santo”. Este es el mismo Espíritu que lo resucitó de entre los muertos, el que transforma el miedo en valentía, la duda en fe, la tristeza en alegría. Es el Espíritu que nos capacita para perdonar y para ser testigos de su amor en el mundo.
La figura de Tomás nos resulta especialmente cercana. Su duda no es una negación obstinada, sino el anhelo de una experiencia personal. Y Jesús, con infinita paciencia y amor, se la concede. “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. El encuentro personal con el Resucitado transforma la duda de Tomás en una firme profesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”.
Este domingo nos invita a reflexionar sobre nuestra propia fe. ¿Hemos experimentado el encuentro vivo con el Resucitado? ¿Permitimos que su paz y su Espíritu transformen nuestros miedos y nuestras dudas? La resurrección de Cristo no es solo un acontecimiento del pasado, sino una realidad presente que sigue actuando en el corazón de la Iglesia y en la vida de cada creyente.
Que la paz de Cristo Resucitado llene nuestros corazones y que el don de su Espíritu nos impulse a ser testigos valientes de su amor y su misericordia en el mundo de hoy.
El Papa ha regresado a la Casa del Padre, nuestra parroquia se suma en el pesar y llora, junto a toda la Iglesia, la muerte del Papa Francisco, el cual, fue elegido para este ministerio, de manejar el timón de la Barca, la Iglesia, obispo de Roma y sucesor 265 de San Pedro, el 13 de marzo de 2013. Ha sido el primer Papa latinoamericano de la historia, y desde que comenzó su pontificado imprimió un estilo diferente en el gobierno de la Iglesia.
Cuando fue elegido dijo estas palabras a sus electores:
«Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscar un nuevo Papa casi al fin del mundo…», describió la nueva etapa como un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. En uno de sus primeros discursos nos presentó como quería que fuera la Iglesia, dijo: «Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres», palabras que no han quedado una metáfora, sino que en todo su pontificado ha repetido constantemente esa misma idea con palabras y con gestos.
De su primera exhortación, Evangelii Gaudium, recordamos su mensaje principal: la fe en Jesús genera alegría y esperanza, nos invitó a todos a experimentar la plenitud de la vida en Cristo, animaba a toda la Iglesia a la alegría del encuentro con Jesús y a una evangelización enfocada en la vida cotidiana, en la atención a los más vulnerables y la transformación del mundo, a ser Iglesia en salida, que no se cierra a sí misma, sino que se abre al diálogo y la acción en el mundo.
Nos animó a salir de nuestras propias estructuras y buscar a las personas en sus contextos, especialmente a los que están en las periferias. La fe, decía, debe expresarse en obras de caridad y justicia, mostrando el amor de Dios a través del servicio a los demás. El mundo necesita escuchar la Buena Nueva de Jesús y la Iglesia tenía, y tiene, la responsabilidad de anunciarla con valentía y creatividad, además de tener una atención preferencial por los más pobres y vulnerables, luchando contra la desigualdad y la exclusión. Animaba a enraizar la evangelización en la oración y la comunión con Dios, dejando que el Espíritu Santo renueve y transforme la vida de los creyentes, para ser una Iglesia de servicio, abierta al diálogo con el mundo y dispuesta a asumir los desafíos del siglo XXI.
En su herencia, Francisco nos ha dejado cuatro encíclicas que abordan temas fundamentales como la fe, la ecología, la fraternidad y la devoción al Sagrado Corazón, ofreciendo una visión de la Iglesia y del mundo con esperanza y compromiso. En Lumen Fidei, Luz de la fe, nos decía que la fe es la luz que guía la vida, en Laudato Si, alabado seas, habla de nuestra responsabilidad moral en el cuidado de la casa común, la Tierra. En Fratelli Tutti, Todos hermanos, explicaba que la fraternidad universal es la respuesta a la división del mundo. Y, por último, la más reciente, Dilexit nos, Nos amó, expresa que el Sagrado Corazón de Jesús es fuente de renovación y esperanza para la Iglesia y el mundo.
Gracias Padre Francisco, por ser un pastor con olor a oveja.