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IV Domingo De Cuaresma

30/03/2025

La Cuaresma, nuestro camino de conversión, llega hoy a su Domingo Laetare, un respiro lleno de alegría y esperanza, si tuviéramos que poner un título a este cuarto domingo, vendría muy bien el llamarlo “Domingo del Amor de Dios y de la respuesta humana” Desde la celebración de la Pascua en la Tierra Prometida hasta la alegría del Padre que recibe a su hijo pródigo, las lecturas de hoy nos recuerdan que la fidelidad de Dios y su amor misericordioso son la fuente inagotable de nuestra esperanza. Como peregrinos que avanzan hacia la Pascua, esta jornada nos invita a levantar la mirada, a sentir la cercanía del Señor que nunca nos abandona.

La primera lectura, del libro de Josué nos viene a decir que Dios lleva adelante la historia, de una manera distinta a como desearía la humanidad, y con novedades que no terminamos de controlar “Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto” Dios que quiere al hombre, es Padre misericordioso que siempre está atento a sus hijos, nos invita a experimentar y proclamar el salmo: “Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a él” En la segunda lectura, de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios, nos dice que todo procede de Dios “Todo procede de Dios que nos reconcilió consigo por medio de Cristo” la reconciliación proviene de Dios, pero ha sido cumplida Cristo y por Cristo. Y, como el hijo pródigo, en el evangelio, hemos emprendido el itinerario penitencial para volver a la casa del Padre. Un camino, una llamada a abrir nuestro corazón a los demás, perdonándolos y evitando cualquier actitud de superioridad o soberbia. Así entramos en los sentimientos de Dios, que hoy nos dice: “Era preciso alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”

En la primera lectura, del libro de Josué, Moisés muere sin entrar en la tierra prometida, Josué es el nuevo líder que guía al pueblo. La tierra que se había prometido a Abrahán, y que nunca llegó a ver; la tierra a la que se dirigió Moisés y a la que nunca entró, ahora es tierra para ser conquistada y para que les sirva de sustento. Es tierra prometida, pero no regalada, sino que la deberán conquistar con su esfuerzo. Todo se mueve en un sentido religioso, y lo primero que hacen es celebrar la Pascua, que les une con sus orígenes en Egipto y la con la liberación gracias a Dios. La tierra da sus primeros frutos y por eso cesa el maná. El maná es un alimento de transición que representa lo viejo, en espera del verdadero alimento. Hemos pasado de un pueblo que no tiene tierra, a un pueblo que vaga por el desierto, a un pueblo con tierra que ahora produce un alimento nuevo “comieron de la cosecha de Cannán”. Un pueblo que siempre ha sido rebelde y tiene una actitud como la del hijo menor de la parábola del hijo pródigo, pero al que Dios siempre le ha mostrado su misericordia.

La segunda lectura de la segunda carta de San Pablo a los Corintios, nos habla de que el encuentro con Cristo lo cambia todo, él es novedad absoluta, es lo nuevo; los creyentes somos criaturas nuevas en Cristo. Lo viejo, bien sea la fe judía o la pagana, forman parte del pasado. Hemos sido reconciliados con Dios en Cristo y por Cristo. Así nos lo pide san Pablo “En nombre de Cristo os pedimos que se reconcilien con Dios” Dios quiere la salvación de todos y san Pablo reafirma la voluntad salvífica de Dios, que se hace realidad en Cristo.

El Evangelio de Lucas, recoge la conocida parábola que tiene distintos nombres: el Hijo pródigo, o el Padre misericordioso, o también un Padre tenía dos hijos. En ningún momento se dice que este padre sea Dios, pues la parábola se caracteriza precisamente por poner unos personajes humanos, y que nosotros hagamos nuestra propia lectura.

Nos fijamos, primero, en el padre, la casa está preparada para todos, para los que viven y trabajan en ella, para los que se van y vuelven cuando lo sienten necesario. Hay trajes, y ropas adecuadas para vestirse de fiesta y entrar en el banquete, es lo que nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura “el que es de Cristo es una criatura nueva, lo nuevo ha comenzado” Dejamos una casa vieja, propia, para adentrarnos en una casa nueva, una casa común.

El hijo menor quiere tener su casa para él sólo, vivir a su aire sin pensar en el futuro “dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre, primero lo deja machar; luego lo espera; por fin, cuando lo ve aparecer, conmovido, se pone en marcha para salir a su encuentro. Busca una segunda oportunidad, para empezar de nuevo, aunque sea con otra condición, la de jornalero y no la de hijo “trátame como a uno de tus jornaleros”.  El padre se compadece del hijo porque estaba perdido. El padre no lo acepta, pues cuando lo recupera hace fiesta, para el buen padre siempre son sus hijos y no jornaleros.

  El hijo mayor es el prototipo en el que se refleja la actitud dura e inmisericorde de algunos creyentes “Él se indignó y no quería entrar”. Su actitud hace referencia a lo viejo, es el prototipo de aquellos israelitas de la primera lectura que quieren seguir comiendo del maná y no de la cosecha de la tierra que es fruto de todos y de la comida compartida “era necesario celebrar un banquete, alégrate, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”.

La parábola parece que no tiene final, nada sabemos de los hijos, tan sólo da a entender que el padre se queda en la casa para acoger a los que vuelven, para mostrar que todo lo que hay en la casa, trabajo incluido, es de todos los que viven en ella. Y cuando se sienta necesidad de hacer fiesta que cuenten con ella, con la casa común y con los que hay en ella “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo”

Reconciliémonos con Dios, que siempre, siempre es Padre misericordioso, y quiere a sus hijos con locura.

 Feliz domingo día del Señor y feliz semana.

Seguimos en familia

En la mañana de hoy sábado 29 de marzo, hemos seguido celebrando la Eucaristia con los niños y niñas de 3 ciclo junto a sus familias.

Nuestro párroco Manolo, nos ha recordado como Jesús se sacrificó por nosotros muriendo en la cruz y venció a la muerte, con su resurrección.

En este camino de Cuaresma y mirando a Jesus en la cruz, pidémosle para que nos ayude a sacrificarnos por los demas.

 Solemnidad de la Encarnación.

25/03/2021

Rompemos hoy carácter penitencial de la Cuaresma, como ya hicimos, la semana pasada, en la solemnidad de San José. Celebramos hoy la solemnidad de la Encarnación, un misterio central de nuestra fe que resuena de manera especial en este año jubilar, “Peregrinos de Esperanza”, tiempo de gracia nos invita a reflexionar sobre el camino que Dios ha trazado para la humanidad, un camino marcado por la promesa, la respuesta fiel y la esperanza que nace del encuentro con Emmanuel, Dios con nosotros.

Las lecturas tienen como hilo conductor la voluntad de Dios que se cumple a través de la fe y la obediencia, culminando en la Encarnación del Hijo de Dios para nuestra salvación. Vemos la promesa de un signo en el Antiguo Testamento, la disposición del salmista a hacer la voluntad divina, la insuficiencia de los antiguos sacrificios frente a la oblación del cuerpo de Cristo, y finalmente, la respuesta humilde y generosa de María a la llamada de Dios, permitiendo que la promesa se haga realidad. Este acto de obediencia amorosa es la fuente primordial de nuestra esperanza como peregrinos.

El profeta Isaías, en la primera lectura, ante la incredulidad del rey Acaz, anuncia un signo divino: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, porque con nosotros está Dios”. Este anuncio, aunque dirigido a un contexto histórico específico, trasciende para señalar la promesa de la presencia de Dios en medio de su pueblo de una manera única y definitiva. En nuestro peregrinar de esperanza, esta profecía nos recuerda que Dios siempre cumple sus promesas, incluso cuando la incredulidad humana parece oscurecer el horizonte. El Emmanuel es la garantía de que no caminamos solos.

El salmista expresa una profunda disposición a cumplir la voluntad de Dios: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Reconoce la insuficiencia de los sacrificios y ofrendas en sí mismos, anhelando una obediencia interior: “Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas”. Como peregrinos de esperanza, este salmo nos invita a examinar nuestra propia disposición a la voluntad divina. ¿Estamos verdaderamente abiertos a lo que Dios nos pide en nuestro camino? La verdadera esperanza se nutre de un corazón que busca y cumple la voluntad del Señor.

Segunda Lectura, de la carta a los Hebreos, el autor profundiza en la insuficiencia de los sacrificios antiguos para quitar los pecados: “Es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados” En contraste, presenta la venida de Cristo al mundo con una disposición similar a la del salmista: “He aquí que vengo para hacer, ¡oh, Dios!, tu voluntad”. La “oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre” es el sacrificio perfecto que nos santifica. En nuestro camino como peregrinos, esta lectura nos recuerda que nuestra esperanza se funda en el sacrificio único y redentor de Cristo, que nos abre las puertas a la santificación y a la vida eterna.

Lucas relata la Anunciación, que nos presenta el momento crucial en el que la promesa de Isaías comienza a cumplirse. El ángel Gabriel anuncia a María que concebirá y dará a luz un hijo, Jesús, el Hijo del Altísimo. La respuesta de María es un modelo de fe y obediencia: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”. Su sí generoso y humilde permite la Encarnación, el misterio por el cual Dios mismo se hace hombre y camina con nosotros. Como peregrinos de esperanza, María es nuestro modelo y guía, su fiat es un faro que ilumina nuestro camino, mostrándonos que la verdadera esperanza reside en la apertura total a la voluntad de Dios, confiando en que “para Dios nada hay imposible”.

En este Año Jubilar, mientras caminamos como peregrinos de esperanza, contemplemos profundamente el misterio de la Encarnación. En la humildad del sí de María, en la obediencia amorosa de Jesús al Padre, encontramos la fuente inagotable de nuestra esperanza. Que el Emmanuel, Dios con nosotros, nos acompañe en cada paso de nuestro peregrinaje, fortaleciendo nuestra fe y renovando nuestra esperanza en las promesas divinas.

Feliz día de la Encarnación.

III Domingo De Cuaresma

23/03/2021

Nos encontramos hoy en el tercer domingo de Cuaresma, un tiempo de especial gracia en nuestro camino como “Peregrinos de la Esperanza”. La Cuaresma, tiempo preparación, va avanzando hacia un gran encuentro, la Pascua, cuando celebremos la Resurrección de Jesús. En este Año Jubilar, nuestra peregrinación cuaresmal se intensifica, pues buscamos con renovada esperanza la plenitud de la vida en Cristo.

 La liturgia de este tercer domingo de Cuaresma nos presenta un hilo conductor claro: la insistente llamada de Dios a la conversión. Desde las páginas del Antiguo Testamento hasta las palabras de Jesús en el Evangelio, pasando por la reflexión de Pablo, se nos invita a tomar en serio nuestro camino de fe y a responder con un cambio genuino de corazón, hasta la paciencia divina ante nuestra falta de frutos en el Evangelio. Las lecturas nos invitan a examinar nuestros corazones y a responder con fe y perseverancia a su amor redentor, tal y como cantamos en el salmo, “Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre”

La primera lectura, del libro del Éxodo, nos transporta a un momento fundamental en la historia de la salvación. Presenciamos el encuentro de Moisés con Dios en la zarza ardiente. Dios se revela a sí mismo, manifestando su preocupación por la opresión de su pueblo en Egipto y encomendándole la misión de liberarlos. Este relato nos recuerda la iniciativa divina en nuestra salvación y su constante escucha del clamor de los sufrientes. Además, Dios revela su nombre, “Yo soy el que soy”, un nombre que expresa su presencia viva y su fidelidad a su promesa de liberación. El salmista nos invita a bendecir al Señor con todo nuestro ser, recordando sus beneficios, su perdón de nuestras culpas, su curación de nuestras enfermedades, su lenta ira y gran misericordia, que resuena como una invitación a confiar en la bondad divina mientras nos esforzamos en nuestro camino de conversión. “El Señor es compasivo y misericordioso”

En la segunda lectura, el apóstol Pablo, escribiendo a la comunidad de Corinto, establece un paralelismo entre la experiencia del pueblo de Israel en el desierto y la vida de los cristianos. Nos recuerda cómo, a pesar de haber sido liberados de la esclavitud y haber experimentado la presencia de Dios, los israelitas cayeron en la idolatría, la inmoralidad y la murmuración, sufriendo las consecuencias. Pablo utiliza estas historias como una advertencia para nosotros, exhortándonos a no repetir sus errores y a perseverar en la fe, recordando que “el que se cree seguro, cuídese de no caer”.

El Evangelio nos confronta directamente con la urgencia de la conversión. Jesús nos dice claramente que las tragedias no son necesariamente signos del castigo divino, sino más bien llamadas a la reflexión sobre nuestra propia fragilidad y la necesidad de cambiar de rumbo. Jesús responde a la pregunta sobre la repentina muerte de algunos galileos y la tragedia de la torre de Siloé. “¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?”  Rechaza la idea de que estas desgracias sean un castigo directo por pecados particulares. En lugar de eso, hace una llamada urgente a la conversión, afirmando que, si no nos convertimos, pereceremos igualmente.

A continuación, Jesús pronuncia la parábola de la higuera estéril, que ilustra la paciencia de Dios que espera frutos de conversión, pero también advierte sobre la consecuencia de la esterilidad persistente. La parábola de la higuera estéril enseña que Dios, en su infinita paciencia, nos da tiempo, espera nuestros frutos de conversión. Pero esta paciencia no es ilimitada. Si permanecemos estériles, si nuestra fe no se traduce en obras de amor, de justicia, de arrepentimiento sincero, corremos el riesgo de ser cortados. “Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”

Que este tercer domingo de Cuaresma sea para cada uno de nosotros una oportunidad renovada para acoger la llamada de Dios a la conversión. Que, recordando la liberación del Éxodo, aprendiendo de las faltas del pueblo en el desierto y meditando en la paciencia divina ante la higuera estéril, nos decidamos a dar frutos abundantes de una vida renovada en Cristo.

Feliz domingo día del Señor y feliz semana.

Eucaristias en familia

En la mañana de hoy sábado 22 de marzo, se ha celebrado la Eucaristía en familia a la que han asistido, junto a sus familias, los niños de 3 ciclo de catequesis, que pronto recibiŕán su 1 comunión.

Una celebración muy participativa, en la que se ha reflexionado sobre el tiempo en el que estamos la Cuaresma. Durante cuarenta dias caminamos hacia la Pascua y queremos convertir nuestro corazón para que sea como el de Jesús.