
Completamos los rótulos colocando el último lienzo, terminamos nuestra frase o antífona: “¡Oh Dios! restáuranos, para volver a ti y redescubrir la alegría de la salvación”.
Encendemos la cuarta vela, que expresa que el Señor ya está cerca, que nos prepararemos para celebrar ese momento en que la Palabra que acompañó a los patriarcas, la Palabra que se reveló a Moisés y que acompañó al pueblo de Israel, la Palabra que llegada la plenitud de los tiempos se hace hombre, se mete de lleno y de pleno en nuestra historia para salvarnos. Celebrar esto es tomar en serio que si Dios se hizo hombre y se embarcó en nuestra historia fue para nuestra salvación, por eso estamos invitados a redescubrir la alegría de la salvación.
La primera lectura del libro de Samuel, nos relata que una vez libre el rey David, después de vencer a sus enemigos y de las campañas militares, el rey David tiene su conciencia intranquila, vive en un gran palacio rodeado de todo lujo, mientras el Arca de la Alianza estaba en una tienda de campaña. El rey David quiere construirle un templo al Señor. Por medio de Natán Dios le dice al rey David que no se preocupe por eso. David se estableció, Dios no, Dios no necesita templos, su presencia no se puede encerrar en lugares, es Dios de la vida y acompaña a los hombres en los acontecimientos de la vida, no está sujeto ni aun lugar ni al tiempo. El Señor dice a David: “Yo te daré una casa a ti”, en ese mismo sentido leemos el salmo: “Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades” de ahí brota la promesa davídica que marcará toda la historia. Por eso, ese mismo Dios es el que nos acompaña hoy, en este tiempo de pandemia, Dios sigue en camino, se hace presente en las personas, en nuestra historia y en especial en los necesitados, en los pobres, en los enfermos. El templo de Dios son las personas, somos llamados a ser presencia y templos de Dios en nuestras vidas.
S. Pablo, prorrumpe en la segunda lectura en un cántico de alabanza porque el proyecto salvífico de Dios, oculto desde la eternidad, ha sido ahora revelado en Cristo: “revelación de un misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente por las Escrituras que lo predicen”
En el evangelio, el sí que María, su respuesta afirmativa al plan salvífico de Dios, le lleva concebir en su seno, a dar a luz un hijo y al que pondrá por nombre Jesús, “se llamará Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David” cumpliéndose la promesa davídica, la promesa de salvación. Es el Espíritu de Dios quien lleva la iniciativa y dirige los hilos de la historia, sirviéndose de personas.
Feliz domingo.