
Hoy domingo 27 de diciembre, los cristianos celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, que nos lleva a reflexionar y hacer nuestras las vivencias de la familia en donde creció y se desarrolló Nuestro Señor.
Dios quiso nacer en el seno de una familia, formada por José, María y Jesús. Familia dondeel Hijo de Dios fue acogido con gozo y alegría, donde nació pobre y humilde, donde creció y se educó como hombre, obediente a Dios, a María y a José. Celebramos la doble dimensión de la Familia de Nazaret, su dimensión divina y su dimensión humana. Dios quiso nacer bajo una humilde familia para hacer brillar su luz a todas las naciones.
Somos seres sociales, incapaces de vivir sin familia, nacemos completamente desvalidos, desde que somos concebidos necesitamos de relaciones, toda familia está constituida por relaciones: la relación entre los esposos; entre los padres y los hijos; entre los abuelos y los nietos. La pandemia se ha cebado con los miembros más mayores de nuestras familias. Las lecturas nos invitan a reflexionar sobre ellos, padres para unos, abuelos para otros. Son a los que más afectan los acelerados cambios sociales, cambios que han traído consigo nuevos problemas como: soledad, marginación, el descarte a los mayores, …
En la primera lectura oímos: “Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza”. Los cambios sociales conllevan que el prestar el cuidado y la atención necesaria a nuestros mayores suela delegarse en terceros, bien dentro o fuera del hogar familiar. De nuestra parte está no causarles tristezas, hacerles sentirse amados y unidos a la familia, nos lo recuerda S. Pablo en la segunda lectura: “Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta”, y en la relación con todos los miembros de la familia “Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia”
En el Evangelio de hoy, ellos prevalecen de forma especial en las figuras del anciano Simeón y de Ana, de ambos aprendemos una virtud: la esperanza. Simeón había esperado toda la vida poder ver al Mesías, cercano a su fin, parecía todo acabado; y en la espera un día le llegó la alegría de estrechar entre sus brazos al Niño Jesús. Ana, a pesar del peso de los años, no cesa de servir a Dios y hablar del Niño a todos. Son transmisores de la fe a las generaciones más jóvenes, a sus nietos.
Sigamos esperando como Simeón y como Ana continuemos hablando de Jesús.
Feliz domingo.