Hoy celebramos La Jornada Mundial del Enfermo, que coincide con la celebración de día de la Virgen de Lourdes, cuyo santuario es lugar de peregrinación, muchos de los peregrinos son enfermos que buscan la sanción de sus dolencias.

La jornada de este año, marcada por la pandemia, tiene el siguiente lema: “la relación de confianza, fundamento del cuidado del enfermo”. Todos sabemos lo importante que es confiar en quien nos cuida para saber que estamos en buenas manos y abrir el corazón para compartir nuestras dudas, temores e inseguridades. Aparece en el lema, lo que es una constante del Papa Francisco la cultura del cuidado.
Un enfermo tiene necesidad, es un necesitado de comprensión, cercanía, consuelo, de saber y sentir que no está solo, de sentirse querido y amado, en palabras del Papa Francisco: “La experiencia de la enfermedad hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro. Nuestra condición de criaturas se vuelve aún más nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia de Dios. Efectivamente, cuando estamos enfermos, la incertidumbre, el temor y a veces la consternación, se apoderan de la mente y del corazón; nos encontramos en una situación de impotencia, porque nuestra salud no depende de nuestras capacidades o de que nos angustiemos”

En la enfermedad sentimos que dejamos de valernos por nosotros mismos, que no son suficientes nuestras fuerzas, nos hacemos dependientes de otros, necesitados de los demás. Comprendemos que no somos tan libres como pensábamos y que nuestro futuro depende en gran medida de lo que otros hagan por mí.
La atención al enfermo no es cosa de un día, es cosa de todos los días y de todos los momentos del día. Todos los días son días del enfermo, como todos los días somos oyentes de la Palabra de Dios.
En los momentos de enfermedad y de dependencia es cuando agradecemos la mano compasiva, la compañía de un familiar o de un amigo. De ahí la gratitud con la que respondemos al personal sanitario que nos cuida y que se gana nuestra confianza en la medida en que se nos muestra hermano, prójimo y buen samaritano, en cuanto que pone en acción la cultura del cuidado. Experimentamos en esos momentos que, de alguna manera, Dios está cerca.
La lectura del libro del Génesis habla de la necesidad que tenemos uno del otro “No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como él, que le ayude” Dios ve que ninguno de los seres creados es como el hombre, y que necesita uno que le ayude y comparta con él la vida. Necesitados unos de otros, compartimos nuestras vidas. En la enfermedad somos conscientes de nuestra propia vulnerabilidad y de la necesidad que tenemos los unos de los otros. Cuando dos soledades se abren la una a la otra, desaparece la soledad. Quizás no podemos curar al enfermo, pero podemos entrar en la soledad que le hace sufrir, y solidarizarnos con su sufrimiento. Desde la creación Dios habla de la cultura del cuidado, de la ayuda mutua y por eso de ese primer ser creado a imagen y semejanza suya hace surgir otro ser “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”, otro yo, de igual dignidad, que es también imagen y semejanza de Dios.

El evangelio que hemos proclamado hoy, nos presenta a una mujer extranjera, una pagana que no pretende convertirse, pero que muestra una fe sorprendente.
La enfermedad no entiende de fronteras ni de razas. Esto mismo ocurre en los grandes santuarios y peregrinaciones de nuestros días, asisten muchos, de diferentes lugares y razas, que no buscan conversión sino curación de sus dolencias.
La respuesta de Jesús puede dar lugar a mal entendido, parece que la desprecia o la insulta, nada más lejos, Jesús primero salva a los enfermos, luego la fe de estos los cura, los sana. Primero la salvación es propuesta para los judíos, luego a los gentiles. Para esta mujer, el don de curación, que pide para su hija, representa solo las migajas de lo que pertenece al pueblo de Israel. Solo después de su humilde y perseverante insistencia, Jesús comprende las razones “por eso que has dicho” y cura a la hija de la mujer. Es un modelo de fe en circunstancia de adversidad. Jesús no es monopolio de Israel, ni de nosotros los creyentes, los considerados hijos, sino que es también Señor de los paganos, de los no creyentes, los perritos como los consideraban los judios.
Que la Virgen de Lourdes interceda por nuestra salvación y sanación.