
Hoy la Iglesia celebra la fiesta del Espíritu Santo, celebramos también el día de la Acción Católica y del apostolado seglar.
Domingo de Pentecostés, cincuenta días después de Pascua, de las experiencias de Pascuales, de la Resurrección, que nos han puesto en el camino de la vida verdadera. Vida para llevarla al mundo, para transformar la historia, para fecundar a la humanidad con una nueva experiencia de unidad, que no de uniformidad, de razas, lenguas, naciones y culturas. Ponemos, en este día, de relieve lo que sintieron aquellos primeros hermanos nuestros en la fe cuando perdieron el miedo y se atrevieron a salir del cenáculo para anunciar el Reino de Dios que se les había encomendado. Sin el Espíritu Santo los apóstoles no habrían podido llevar a cabo la misión de continuar la obra de Jesús.
La primera lectura relata el acontecimiento de Pentecostés, no como forma de experiencia personal e individual, sino de toda la comunidad “… se llenaron todos de Espíritu Santo”.

El salmo, un canto de alabanza por las obras del Espíritu, su poder vivificador “Envía tu Espíritu, Señor y repuebla la faz de la tierra”.
Si el salmo habla de la acción del Espíritu sobre toda la creación, en la segunda lectura habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos, gracias al cual confesamos que “Jesús es Señor”. En el evangelio es un breve pasaje con la versión de Juan del envío del Espíritu Santo “sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’”
La primera lectura es la versión de Lucas en el libro de los Hechos. Lucas sitúa el hecho el día de Pentecostés, la segunda fiesta judía más importante después de la fiesta de Pascua, también es conocida como fiesta de las Semanas, de la Siega o de las Primicias, aunque es una fiesta agrícola, el pueblo de Israel le da un sentido teológico, ya que se produce en un contexto muy similar a la constitución del pueblo de Dios en el Sinaí, celebra la acogida del don de la Ley como condición de vida para la comunidad renovada.
La plenitud del Espíritu se instala en todos los presentes como una fuerza viva que les impulsa a proclamar la victoria de Jesús y el Reino de Dios “ y cada uno los oímos hablar de las grandezas de dios en nuestra propia lengua”. La irrupción del Espíritu en los discípulos les devuelve aquel dinamismo que tenían cuando compartían la vida de Jesús y que ahora vuelven a sentir vivo entre ellos.

Dejan de ser victimas del miedo y del fracaso aparente, quedan llenos de amor, alegría, paz, compresión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad y de dominio de sí “… según el Espíritu les concedía manifestarse”. Lo mismo nosotros estaremos llenos de los dones del Espíritu siempre que vivamos por el Espíritu y nos dejemos guiar por Él.
La segunda lectura, trata de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y de funciones, que no rompen su unidad. Todo lo que somos y tenemos los cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue entre nosotros, “un mismo Dios que obra todo en todos”. Cuando afirmamos que la Iglesia comenzó a ser viva prolongación de Cristo en la tierra entendemos que es el mismo Espíritu que engendró a Jesús en las entrañas de María, el que dio vida y origen a la Iglesia como comunidad creyente sin distinción entre judios y griegos, ni esclavos y libres, “Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”. Negar la acción del Espíritu vivificador es anular la fuerza del creyente y reducir su existencia a la mera posibilidad humana de crecimiento y desarrollo, sin mayor horizonte que el de nuestra propia naturaleza. El Espíritu Santo es un don que potencia al hombre para vivir según la Verdad.
En el evangelio se distinguen cuatro momentos: el saludo, la confirmación de que es Jesús quien se aparece, el envío y el don del Espíritu. El saludo es el habitual de los judíos “¿La paz esté con vosotros!” que no es un simple saludo, pues los apóstoles por el miedo a los judios, estaba muy necesitados de paz. La confirmación, las puertas cerradas, les muestra las manos y el costado, “Y es mostró las manos y el costado” confirma que realmente es él. Todo podía haber terminado aquí, con la paz y la alegría que sustituye al miedo, pero Jesús les encarga una misión, “Como el padre me envió, así os envío yo” Jesús los envía, para lo cual sopla sobre ellos e infunde sobre ellos el Espíritu Santo, “Recibid el Espíritu Santo” don estrechamente vinculado con la misión que les ha encomendado.
Dejémonos guiar por el Espíritu Santo para proseguir la misión de anunciar el Reino de Dios.
Feliz domingo y feliz semana.