12/03/2023
Continuamos caminando hacia la Pascua, este Tercer Domingo de Cuaresma nos introduce en la contemplación de la sed física en forma de queja, de la sed de libertad del pueblo elegido y de nosotros, de la sed de amor a través del encuentro de Jesús con la samaritana. Vamos a acompañar al pueblo de Israel por su dura travesía en el desierto y escucharemos de como de un pueblo muy quejica y de una mujer señalada por todos, Dios puede realizar su obra y puede enseñarnos a seguir caminando, ayudando a todos los que nos necesitan.
La síntesis de las lecturas puede quedar de esta manera: en la primera lectura, en libro del Éxodo, el pueblo en camino por el desierto experimenta la prueba de la sed, pidén a Moisés que les de agua, murmurando contra él y tentando al Señor “¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?”. Moisés clama a Dios y hace brotar agua de la roca que sostendrá al pueblo en el camino. El salmista nos invita a alabar a Dios reconociéndolo como la Roca que salva, y a no endurecer el corazón a la voz del Señor no cesa de guiar y actuar en medio del pueblo “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón” Pablo, en la segunda lectura, señala donde está el manantial del agua viva de la salvación: en el amor de Dios manifestado en la cruz de Cristo y derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo”. En el Evangelio, una mujer, una samaritana, mujer señalada por todos se encuentra con el Señor, en su conversación esta termina pidiendo a Él que le de agua de vida eterna. “Señor, dame esa agua: así no tendré más sed”
La primera lectura, del libro del Éxodo, presenta un momento de agitación, de rebelión y protesta del pueblo, episodio que ha quedado en la historia de Israel como el día de Meribá y Massá en el desierto. Meríbá significa protesta y Massá prueba “llamó a aquel lugar Masá y Meribá, a causa de la querella de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: ¿Está el Señor entre nosotros o no?”. La dura travesía por el desierto hace dudar de Dios e incluso de sus intenciones. El cansancio del camino, la sequía y el sol hacen que protesten contra Moisés, les echan en cara que les ha sacado de Egipto y los ha llevado al desierto a morir. Moisés cansado de las quejas acude a Dios y consigue el agua tan deseada, para personas y ganado, golpeando con el cayado, con el cual abrió las aguas, momento fundante del pueblo de Israel, en la roca que Dios le señala. Toda la historia de la humanidad es un camino hacia la libertad no exento de momentos de debilidades, de tentaciones, de momentos inhóspitos y amenazantes, que provoca que tengamos una fe interesada, forzando a Dios a actuar a medida de nuestras necesidades, provocando una fe débil que llega a la queja cuando surgen las dificultades. El salmo, que es invitatorio a la alabanza en el rezo de las laudes, nos invita dará alabanzas a Dios porque “Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo” pero también nos advierte que no lo pongamos a prueba, que no lo tentemos, que tengamos fe en sus obras.
La segunda lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos, nos muestra que la muerte de Jesús revela quien es Dios, el rostro de Dios que se descubre en este acontecimiento de la muerte de Jesús es sorprendente, novedoso y transformador. Jesús murió injustamente y, al mismo tiempo, entregado y confiado, perdonando, acogiendo a la injusticia a la que fue sometido. Pablo entendió que esta es la forma en la que Dios está en la historia, acogiendo todo, confiando en nosotros pese a todo, pues todavía éramos enemigos de dios y pecadores “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”
En el Evangelio, Mateo relata el episodio del diálogo de Jesús con mujer samaritana junto al pozo de Siquem, que nos recuerda a la primera lectura del pueblo sediento por el desierto. El agua sacia la sed, purifica, hace fecundar los campos, por eso se convierte en símbolo de la pureza y de la vida misma, pero Jesús anuncia un agua más importante, no un agua superficial, sino un agua que quita eficazmente la sed, un agua que se identifica con Él mismo “Señor, dame esa agua: así no tendré más sed” Jesús pasa de pedir a dar, de la necesidad material de la sed y de agua a la transformación en necesidad espiritual, pues tenemos sed de algo más y Jesús es quien la sacia.
Jesús conduce a la samaritana a la fe. Ella es interpelada por un judío, cosa inusual en aquella época, pues samaritanos y judíos no se llevaban bien. Un judío, Jesús, que sediento se acerca al pozo sin ningún recipiente y, a partir de la vida de la samaritana, que Jesús conocía, entran en diálogo, entran un encuentro de tú a tú. Jesús aparece al comienzo como alguien necesitado y vulnerable que tiene sed “dame de beber”, como nos ocurre a todos, sobre todo cuando hace calor. La samaritana se extraña, pues Jesús está quebrantando las fronteras étnicas, de género y de pureza. La samaritana manifiesta su deseo de agua que le ofrece Jesús a partir de la sed de agua que le hace ir al pozo a buscarla. Hay un momento en que la samaritana, como cada uno de nosotros, se enfrenta al juicio de Jesús posibilitando la transformación del corazón creyente cuando nos encontramos, desde el juicio de Jesús, con nuestra propia verdad y realidad.
La samaritana muestra su deseo de amor al afirmar que ha tenido cinco maridos. Pero amor solamente hay uno: el que recibimos de Dios a través de Jesús y que se nos da gratuitamente, como un don que no se puede conquistar. En eso consiste el paso del deseo a la fe, en acoger el don como don y que solamente es la fe la puede acoger ese don.
Feliz domingo, día del Señor y feliz semana.