25/12/2025
La solemnidad de la Natividad del Señor, nos invita a poner la mirada más allá del pesebre para contemplar el misterio que se esconde tras la fragilidad de un niño, no se trata solo de un nacimiento humano, sino la irrupción de Dios en el tiempo y la historia humana.
El poema, del Prólogo del Evangelio según San Juan, presenta este misterio, para entender el poema pensemos en un gran artista que decide entrar en su propia obra para hablar con sus personajes: Dios, el autor de la vida, no se quedó fuera de su creación, sino que se hizo parte de ella.
Celebramos que el Verbo Eterno y el Principio de la Creación se ha hecho hombre. San Juan nos sitúa “en el principio”, en el Génesis. Antes de que el tiempo existiera, el Verbo ya estaba junto a Dios y el Verbo era Dios. Este Verbo no es una palabra inerte, sino la Palabra viva y eficaz por medio de la cual todo fue creado. Juan nos enseña que en Cristo reside la vida y que esa vida es la luz de los hombres. Celebrar la Navidad es reconocer que el sentido último de todo lo que existe tiene rostro y nombre.
La Encarnación, es uno de los puntos culminante de nuestra fe, es la afirmación asombrosa “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” La palabra griega utilizada para habitar significa literalmente que puso su tienda de campaña en medio de nuestra historia. Dios no se ha limitado a enviarnos mensajes a través de profetas; en esta etapa final, como dice la segunda lectura, nos ha hablado de forma definitiva por su Hijo que se ha hecho uno de nosotros, compartiendo nuestra carne limitada y débil. Este Hijo no es solo un mensajero, sino el heredero de todo, el reflejo de la gloria del Padre y la impronta de su ser. En el portal de Belén, no solo vemos a un niño, sino que escuchamos la Palabra, el Verbo de Dios, que sostiene el universo. Dios se ha embarrado, asumiendo nuestra condición humana para redimirla desde dentro.
Es la buena noticia, que el profeta Isaías, anuncia que Dios se ha dado a conocer y ha consolado a su pueblo, rescatando a Jerusalén de sus ruinas. Al entonar el salmo responsorial, somos invitados a cantar un cántico nuevo porque el Señor ha hecho maravillas y ha descubierto su santo brazo ante todas las naciones. Es una victoria que no se consigue con poder y fuerza, sino con la luz verdadera que baja a la tierra para iluminar a todo hombre.
La luz brilla en la tiniebla, pero el mundo, ciego en su soberbia, no siempre la recibe. Sin embargo, para aquellos que abren el corazón, se produce un maravilloso intercambio, Cristo asume nuestra fragilidad para darnos una dignidad eterna. Al recibir al Verbo, se nos concede el poder de ser hijos de Dios, naciendo no de la carne, sino del Espíritu. El Hijo de Dios se hace hombre, para el hombre se haga hijo de Dios. En Jesús, hemos recibido gracia tras gracia, sustituyendo la Ley por la plenitud de la verdad y la misericordia.
Hoy hemos contemplado su gloria, una gloria llena de gracia que se manifiesta en la humildad. Al acercarnos hoy al misterio del Dios que se hace pequeño, pidamos que nuestra vida se convierta en un reflejo de esa Luz que ninguna tiniebla puede apagar. A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer. Que nuestra Navidad sea este encuentro transformador con la Palabra que da vida eterna.
Feliz Navidad.



















