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XXXIII Domingo Del Tiempo Ordinario

16/11/2025

En este XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario celebramos la IX Jornada Mundial de los Pobres, cuyo lema es “Tú, Señor, eres nuestra esperanza” Son tiempos de crisis, guerras, desastres naturales, que generan incertidumbre y pobreza, pero a pesar de las penalidades, no son tiempos para el lamento, la nostalgia y el desaliento, sino para confiar, esperar y comprometerse.

La primera lectura, del profeta Malaquías, nos dice que los que aman a Dios: “os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra” mientras que para los que comenten injusticias “llega el día, ardiente como un horno” que los consumirá. También el salmo anuncia la justicia “El Señor llega para regir los pueblos con rectitud” En la segunda lectura, S. Pablo nos anima a ser honrados y trabajar, y no ser una carga para la comunidad “trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros” Lucas en el Evangelio nos pone en alerta acerca de aquellos que se anuncian a si mismo y alertan de que día final ha llegado, Jesús nos dice “Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida”

El profeta Malaquías quería animar, de parte de Dios, a unos judíos que se sentían defraudados, a la vuelta del destierro, porque no conseguían que la reconstrucción del Templo y de su sociedad fuese de manera fácil según los planes que habían pensado. Malaquías les invita a mirar hacia adelante, hacia “el día del Señor”, será un día de luz y de liberación para los que temen y honran a Dios “Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra” Ese día, en el final de los tiempos, se verá el destino de unos y otros, y se pondrá de manifiesto la justicia de Dios. El profeta nos viene a decir hoy a nosotros que el día final será de éxito y de felicidad para los que trabajan y se mantienen perseverantes, pero para los que no trabajan, los estériles será el fracaso absoluto y la muerte.

Pablo, en la segunda lectura, desautoriza a los que no quieren trabajar porque el fin del mundo está cerca “si alguno no quiere trabajar, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente”. La vigilancia ante la vuelta del Señor no consiste en desanimarse o huir hacia la pereza, sino en la construcción del Reino, de ese Cielo Nuevo y esa Tierra Nueva que está en los planes de Dios. Mirar al mañana no es olvidarse del hoy, sino tener luz y fuerza para vivirlo con mayor compromiso y esperanza. Y así la llamada de Pablo sigue siendo válida: quien no trabaje, que no coma; es toda una invitación al trabajo y al bien común, a la comunidad y a la tarea evangelizadora “Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que, con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros”.

Lucas en el Evangelio mezcla dos acontecimientos, por un lado, la destrucción del Templo de Jerusalén y la ciudad por los romanos, que no dejaron piedra sobre piedra y que sucederá en el año 70 d. C. Y por otro lado la visión del final de los tiempos que “no vendrá enseguida” El lenguaje utilizado por Jesús es típico de anuncios proféticos y apocalípticos, es un texto que está incluido en el discurso escatológico de Jesús: guerras, epidemias, hambre, espantos, revoluciones, catástrofes naturales, espanto en el cielo, de persecuciones a los creyentes, llevándolos a los tribunales e incluso a la muerte. 

Jesús nos dice que eso tiene que llegar primero, pero que el fin no es inminente “Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico” Jesús no trata de infundirnos miedo, de asustarnos, sino que nos infunde una esperanza serena. Nos pone sobre aviso de falsas alarmas y falsos profetas, y sobre todo nos invita a ver en todo esto un mensaje de salvación: “no tengáis pánico […] ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” Nuestro destino está ligado al de Cristo Jesús, es un destino de triunfo, de victoria y felicidad. Las penalidades no deben desesperarnos, sino que nos “servirá de ocasión para dar testimonio”.

Feliz domingo, día del Señor, y feliz semana.

Dedicación de la Basílica de S. Juan de Letrán.

09/11/2025

Hoy celebramos una fiesta especial y significativa: la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán en Roma, la cátedra de Pedro. La celebración va mucho más allá de las piedras de un edificio, nos invita a reflexionar dónde reside verdaderamente Dios y cuál es el templo que Él desea habitar.

La idea central de las lecturas es la progresión teológica del concepto de Templo: de las piedras físicas del Templo, pasando por el Cuerpo de Cristo como Templo definitivo, hasta la comunidad de creyentes como el Templo vivo de Dios. Es como si el plan divino fuera un río de vida, que comenzó con la promesa de Ezequiel, fue canalizado por Jesús en la Cruz y ahora fluye a través de los creyentes, las piedras vivas para sanar el mundo.

La profecía de Ezequiel nos transporta a una visión de restauración. El profeta vio que, del templo, brotaba una corriente de agua hacia el este. Esta agua no era estéril, sino que saneaba las aguas del Mar de la Sal, el Mar Muerto, y daba vida y abundancia. Esta es una promesa de que la presencia de Dios trae vida, incluso en los lugares más desolados.

El Salmo se hace eco de esta confianza, celebrando a Dios como “nuestro refugio y nuestra fuerza” afirmando con alegría, El pueblo de Dios se siente seguro porque Dios está en medio de ellos.

S. Juan en el Evangelio nos presenta un giro radical en lo que significa la morada de Dios. Jesús sube a Jerusalén y, haciendo un signo profético, expulsa a los vendedores y cambistas del Templo, diciendo: “no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”

Cuando los judíos le preguntaron qué signo podía mostrar para obrar así, Jesús les contestó con una frase que solo sus discípulos entendieron después de la Pascua: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”

Jesús no estaba hablando del edificio de piedra que tardó cuarenta y seis años en construirse. Él hablaba del “templo de su cuerpo”. Cristo es el verdadero y único mediador que nos da acceso a Dios. Él mismo, muerto y resucitado, es el nuevo y definitivo templo.

Llegamos así a la enseñanza crucial de San Pablo en su Primera Carta a los Corintios: si Cristo es el Templo, ¿dónde estamos nosotros?

Pablo usa la poderosa imagen de la construcción: “Sois edificio de Dios”. Y deja claro que “nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo”. Pero luego da un paso más, aplicándonos la dignidad de la morada de Dios: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”

Esto significa que el templo de Dios hoy no es primordialmente el magnífico edificio de Letrán, ni siquiera nuestra propia parroquia, sino cada uno de nosotros y nuestra comunidad reunida. Somos “templos vivos” de Dios. La fe, como señala San Pablo, se fundamenta en Cristo, y el Espíritu Santo habita en nosotros para guiarnos y transformarnos.

La celebración de hoy es, por tanto, una llamada a la coherencia. Si somos el templo, debemos asegurar que ese templo sea santo y que el agua de vida que fluye de Cristo, como la visión de Ezequiel, sane nuestro entorno y dé frutos.

Pongamos a Jesús en el centro de nuestra vida y existencia, permitiendo que el Espíritu Santo more y actúe en nosotros, sus templos vivos.

Feliz domingo, día del Señor y feliz semana.