En nuestro tercer día de triduo en la lectura del libro de la Sabiduría nos expone los sentimientos y actitudes de los impíos, de los que no tienen fe. Se comprende que la vida de los que tienen fe les resulte incómoda, no solo porque es muy distinta de la suya, sino porque se sienten interpelados por ella.
El punto clave es que los que tienen fe se glorían y se alegran de tener a Dios por Padre, se alegran en el Señor, y cuentan con Él en todos los momentos de la vida. Mientras, los que no tienen fe se marcan el reto de someter al que tiene fe a una prueba: Si Dios está con él lo salvará y probará la bondad de su vida. Son las preguntas que nos pueden hacer hoy ante la situación que padecemos para probarnos: ¿dónde está tu Dios? ¿done el Señor de la Paz y el Amor, donde el Nazareno con su cruz a cuesta, donde el crucificado de la Vera Cruz? ¿Qué hace María de la Esperanza, de los Dolores o de la Soledad? ¿Por qué Dios permite esto? Y otras similares.
Es fácil ver en estas palabras, del Libro de la Sabiduría, la muerte de Cristo y su resurrección, libro que fue escrito hacia la mitad del siglo I antes de Cristo. Los judíos, principalmente sus autoridades, tratan de matar a Jesús. Su evangelio es muy diferente a lo expuesto por las autoridades religiosas del pueblo judío y los pone en evidencia más de una vez. Piensan que Jesús quiere destruir la religión judía de siempre, la que les ha sido transmitida por los patriarcas y profetas. Los jefes religiosos consiguen condenarle y matarle, clavándole en la cruz como a un maldito.
Es en el Calvario donde se consuma la crisis de que hablábamos ayer, primero Jesús es aclamado con júbilo y alegría, agitando palmas y ramos de olivos, como rey de los judíos. Pero su Evangelio no es el esperado, la misma masa que lo aclamaba le condena gritando: ¡Crucifícalo! El fracaso se hace patente, sus discípulos lo han abandonado, tan solo en la escena del Calvario encontramos al Cristo de la Vera Cruz crucificado, y junto a Él, a los pies de la cruz, a su Madre la Virgen de la Soledad y al joven Juan el Evangelista. Allí, antes de morir Jesús, nos entrega a María como madre. Si el primer día del triduo hablamos de la Encarnación, Dios hecho hombre, ahora en este aparente fracaso todos y cada uno de los hombres somos elevados al corazón de Dios.
Pero Dios Padre estaba con Él, “A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo… porque procedo de Él y Él me ha enviado”, y lo resucitó al tercer día, no se acaba y se agota todo en el fracaso, este es motivo de nuestro gozo y nuestra alegría, la cruz es un paso hacia la Resurrección. Somos unos privilegiados de tener a Dios por Padre, somos agraciados y afortunados al tener la fuerza de Dios que nos ayuda a llevar estos momentos tan difíciles que nos ha tocado vivir.
Pisamos al Cristo de la Vera-Cruz que nos ayude en estos momentos, y que su Madre y nuestra Madre la Virgen de la Soledad interceda por nosotros, y nos acoja bajo su amparo, aparte de nosotros todo peligro y todo mal.