
Desde el pasado 8 de diciembre, con motivo del 150 aniversario de patronazgo de la Iglesia por san José, el papa Francisco, dedica el año a la reflexión sobre san José recogida en la carta apostólica llamada Patris Corde, Corazón de Padre, con la que quiere compartir algunas reflexiones personales sobre esta figura extraordinaria y cercana a nuestra condición humana.
El eje de toda la reflexión es: José imagen del corazón del Padre Dios, el Padre lo eligió para el cuidado y custodia de Jesús y de María. Con palabras el papa Francisco:
“Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su Madre.”

La carta consta de siete apartados, cada uno lleva un título que siempre empieza con el término Padre: 1) José es Padre amado por el pueblo cristiano. 2) Padre en la ternura, en su comportamiento Jesús vio la ternura de Dios. 3) Padre en la obediencia, hizo del cumplimiento de la voluntad de Dios su alimento diario.
4) Padre en la acogida, acogió a María sin poner condiciones previas 5) Padre de la valentía creativa, encontró soluciones ante las dificultades. 6) Padre trabajador, un carpintero que trabajaba para el sustento de su familia 7) Padre en la sombra, pues para Jesús fue la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege.
Comenzando este mes con esta introducción y con el primer apartado, parando los meses de verano julio y agosto, cada mes reflexionaremos en uno de los apartados, hasta concluir en el mes de diciembre.
Padre Amado

Jesús es el hijo de José, José es el padre de Jesús y María es la esposa de José y, por tanto, José es el esposo de María. Esa es toda su grandeza, su identidad, su principio y fundamento. Amado de Dios y elegido para amar; encuentra el sentido de su vida en el don de sí mismo. Su vida es su vocación: ser esposo de María de Nazaret y servir con todo su amor al Mesías nacido en su casa.
Por su papel en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano, es patrono de los trabajadores, muchos templos e instituciones religiosas llevan su nombre y se inspiran en su espiritualidad. La confianza del pueblo en san José se inspira en aquel tiempo de hambruna en Egipto cuando la gente pedía pan al faraón y él les decía: “Vayan donde José y hagan lo que él les diga” (Gn 41,55), se trata de José el hijo de Jacob que sus hermanos vendieron por envidia.
El cristiano es amado de Dios, amado de María, amado de Jesús. El sentido de la vida está en el amor. “El amor me lo ha explicado todo, el amor lo es todo para mí, […]” decía san Juan Pablo II. Cuando se pierde el amor ya no queda nada. “si no tengo amor de nada me sirve” (1 Cor 13,3). Decía San Juan de la Cruz: “El alma que en amor anda ni cansa ni se cansa” Este apartado nos invita a redescubrir el amor de Dios, a descubrir el amor en la familia, san José hizo de su vida un servicio, se donó a si mismo, su vida, su trabajo, su corazón, su vocación humana, toda su capacidad y todo su ser lo puso en el amor al servicio del Mesías, en la familia de Nazaret. Que seamos uno en el amor es una obra del Espíritu Santo, el amor no es nuestro. El Espíritu Santo lo enciende en nuestros corazones. Estamos invitados a redescubrir la espiritualidad de comunión en la familia. No soy nadie sin ti. Sin ti me falta algo.
“Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.
El amor […] Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1Cor 13,1-7)