En esta solemnidad viene a nuestra memoria aquellos primeros pasos de las primitivas comunidades cristianas.

San Pedro y San Pablo fueron cimientos y puntales de los primeros tiempos de la evangelización cristiana, fueron fundamento de nuestra fe cristiana.
Simón Pedro fue el primero en confesar la fe, cuando, reconoció a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios. A raíz de ello, Jesús le dijo: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Pablo fue el maestro insigne que interpretó la fe y la extendió, como el primer gran misionero, entre los pueblos gentiles. Sus cartas son la gran catequesis sobre el misterio de Cristo y su Iglesia. Los dos, con la fuerza de la fe y el amor a Jesucristo, anunciaron el Evangelio en la ciudad de Roma en tiempos del emperador Nerón. Ambos sufrieron el martirio: Pedro crucificado cabeza abajo y sepultado en el Vaticano, y Pablo, degollado y enterrado en la vía Ostiense.
San Pedro y San Pablo fueron dos personajes muy distintos.

Pedro fue un pescador rudo, probablemente inculto, espontáneo, voluntarioso y con altibajos en su comportamiento. Sobre Pedro fundó Cristo su Iglesia.
Pablo fue un fariseo culto, apasionado, y, a partir de su conversión, muy seguro de sí mismo, creativo, luchador, valiente y decidido. Pablo fue el principal predicador y propagador de la fe cristiana y el principal fundador de las primeras comunidades cristianas del Asia Menor. Pedro se dedicó principalmente a predicar la fe entre los judíos; Pablo fue el apóstol de los gentiles.
Una de las cosas más interesantes de estos apóstoles tan distintos entre ellos, es que ambos vivieron y actuaron siempre movidos por el mismo Espíritu, por el Espíritu de Jesús de Nazaret, por el Espíritu Santo. Y esta fue la raíz y causa de su éxito y de su fecundidad. Todo un ejemplo para nosotros, cristianos del siglo XXI, podemos ser muy distintos en el carácter, en la cultura, en nuestra vivencia de lo religioso, en nuestra vocación y en nuestras actividades; pero si estamos todos llenos de un mismo espíritu, del Espíritu de Jesús de Nazaret, todos caminaremos en la misma dirección, aunque caminemos por caminos distintos. No debe asustarnos la diversidad, ni en la religión, ni en la vida. La diversidad es necesaria y no vamos a poder nunca evitarla, ella es fuente de progreso y estímulo para la búsqueda. Cada uno de nosotros somos y actuamos como individuos únicos e irrepetibles, distintos a cada uno y a todos los demás, pero, si tenemos el mismo Espíritu, todos colaboraremos al bien común, al bien de la persona, de la sociedad y de la Iglesia. Repito: Pedro y Pablo fueron muy distintos, pero los dos se dejaron guiar siempre por el Espíritu de Jesús de Nazaret y eso fue bueno para la difusión y consolidación de la primitiva Iglesia cristiana. Tratemos nosotros de imitar su ejemplo.

La fe, confianza sin límites en el poder y en el amor del Señor, hizo que San Pedro y San Pablo no perdieran nunca el entusiasmo y la valentía en la predicación del evangelio.
Los dos sufrieron calamidades, en el cuerpo y en el alma, encarcelados, ejemplo de ello las lecturas de hoy, en la que ambos sufren cárcel, continuamente perseguidos y, al final, condenados a muerte. Pero ninguna dificultad les quitó el ánimo, ni el entusiasmo interior. Su fe les dio siempre la seguridad de que el Señor resucitado estaba con ellos y, de hecho, esta seguridad de que el Señor les protegía y los amaba fue la que, realmente, les libró de todas sus tribulaciones.
Muchas veces, nuestros miedos y nuestras inseguridades, interiores y exteriores, son simplemente falta de fe. Si sabemos que Dios está con nosotros no podrán vencernos las dificultades, ni el dolor, ni la muerte. San Pedro y San Pablo fueron en esto, como en tantas otras cosas, un ejemplo admirable.
Feliz día de S. Pedro y S. Pablo