20/11/2022
Celebramos hoy la Solemnidad de Cristo Rey con la cual concluimos el año litúrgico. El domingo próximo con el Adviento, iniciaremos un nuevo ciclo, que nos hace participar un año más de la gracia de la salvación, volveremos a escuchar las enseñanzas Jesús, pero de la mano del Evangelista Mateo, este domingo concluimos con las lecturas del Evangelista Lucas. Esta fiesta es muy significativa, este último domingo, domingo XXXIV del Tiempo Ordinario, nos hace poner nuestra mirada en Jesús como Cristo Rey, pero con una mirada puesta en la historia, del Reino que acontece en nuestra historia, que se está gestando y madurando continuamente hasta el final de los tiempos.
En la primera lectura, tomada del segundo libro de Samuel, trata sobre la unción del rey David, que es aceptado como rey primero por todas las tribus y luego por los ancianos que lo ungen “ellos lo ungieron como rey de Israel” En el salmo todas las tribus cantan alegres “Vamos alegres a la casa del Señor” como en la antífona que también hoy cantamos nosotros. San Pablo en la segunda lectura, de la carta a los Colosenses, nos traslada esa alegría, ya que hemos sido trasladados al Reino de Dios que hemos heredados gracias al Hijo “nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor”. En el evangelio Jesús es Rey, pero su reinado no se basa en el poder político, el económico o en la fuerza de las armas. En la cruz muestra su poder “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”
La primera lectura, nos habla de la unción de David, la historia de Israel cuenta con pocos reyes que se puedan considerar figuras del que iba a ser Rey del Universo en los planes de Dios, por eso precisamente se lee este texto del nombramiento de David como rey. Los representantes de las tribus de Israel, tanto del Norte como del Sur, Judá, le habían reconocido como sucesor de Saúl, le rinden pleitesía y lo ungen como rey apoyándose en la voluntad de Dios “Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel” Jesús es hijo de David, el hijo que el profeta Natán le había prometido y que debía de ser rey, ocupar el trono de David su padre, y reinar para siempre, como le dijo el ángel Gabriel a María en la Anunciación.
En la segunda lectura, carta a los Colosenses, San Pablo destaca como nadie la realeza de Cristo, precisamente en este himno cristológico se alegra que Dios nos ha llevado al reino de su Hijo querido y describe una magnifica lista de títulos de Jesús: imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, todo fue creado por él y para Él, punto de consistencia de todo el cosmos, cabeza de la Iglesia, el primogénito entre los muertos… “Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”. Pues en Él reside toda la plenitud y, además, en Él se ha realizado la reconciliación universal, por la sangre de su cruz. No puede existir otro himno más apropiado para la fiesta de Cristo Rey.
El Evangelio a lo largo de todo el año litúrgico, nos ha venido enseñando que el reinado de Dios no es un Reino a modo humano, no es un reino de poder, de dominio…, sino que entiende la realeza de Dios como las actuaciones de Dios mismo en la historia en favor de su pueblo, es el caudillo de su pueblo, el jefe y el auxiliador, el Señor que lo cuida y lo defiende. Jesús nos hace notar que ese reino anunciado ya está presente en medio de nosotros, es la presencia definitiva del Reino.
Pero el Reino tiene sus exigencias, que el evangelio las resume en dos actitudes fundamentales: conversión y fe, cambiar el corazón para incorporarnos al Rey, no a un rey terreno, dominador y opresor sino al Rey que viene a establecer un Reino de Paz, de verdad, de libertad de justicia y amor. No solo basta la conversión, sino que además cuando la fe es auténtica, la conversión y la misma fe pasan del corazón al comportamiento, de las actitudes a las obras, de los símbolos a la realidad. Esto es lo que le ocurre al ladrón, al buen ladrón al que la tradición lo nombra como S. Dimas, se produce en él toda una conversión.
Jesús no es un rey al modo humano, su reino no es de este mundo. El Evangelio nos muestra que la realeza de Cristo se revela de modo admirable en la cruz. Cristo reina desde la cruz, y esto es la paradoja cristiana, pues, Aquel que había sido anunciado que sería grande, que sería hijo del Altísimo y heredaría el trono de David, su padre, comenzará a reinar en un pesebre de un establo y reinará definitivamente en una cruz romana, en la cruz de los esclavos, y es que la realeza de Cristo se expresa en el servicio, en la entrega por todos los hombres. “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso” Esta misma paradoja nos dice que la cruz habla de otro tipo de triunfo, de otra forma de victoria: la de la reconciliación que pasa por el perdón y la entrega.
Feliz domingo, día del Señor y feliz semana.