III Domingo De Pascua

23/04/2023

En este Tercer Domingo de Pascua, contemplamos el cambio radical que la Resurrección de Cristo produce en la vida de los discípulos defraudados por su muerte y llenos de ilusión y esperanza por su Resurrección.

En la primera lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, en el discurso de Pedro encontramos elementos centrales de la fe de la primitiva comunidad cristiana: una presentación de Jesús, el anuncio de su muerte y resurrección y la salvación que brota de ellas “A este Jesús lo resucitó Dios, de los cual todos nosotros somos testigos”. En el salmo, el salmista, invoca la protección del Señor y confía totalmente en él “Señor, me enseñarás el sendero de la vida”. La vida no está libre de dificultades y vacilaciones, pero el que ora se siente seguro con la protección de Dios.  En la segunda lectura, de la primera carta de Pedro, nos exhorta que, al haber sido rescatados por la sangre de Cristo, nos tomemos en serio nuestro actuar y proceder en la vida, que está en poner solo en Dios nuestra fe y esperanza “Vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios”. En el evangelio encontramos la fe en Cristo resucitado en los dos caminantes de Emaús y en la primitiva comunidad “Es verdad, ha resucitado el Señor”.  

En la lectura del libro de los Hechos, encontramos parte del discurso de Pedro el día de Pentecostés. En el aparece formulado el kerigma de la Iglesia primitiva, es decir, los núcleos principales de la fe tal y como fue entendida y formulada desde los inicios de la Iglesia. El resultado positivo del discurso de Pedro, no depende de una argumentación de tipo rabínico, sino del Espíritu que ha dado fuerza al testimonio de Pedro frente al hecho inaudito del Crucificado resucitado. El acontecimiento Jesucristo, su vida, y sobre todo, su muerte en la cruz, es comprendido a la luz de las Escrituras de Israel. Dios no abandona a Jesús tras su muerte injusta en la cruz “Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio”. Lo resucitó, lo exaltó y le dio el Espíritu, tras lo cual la derramada, a su vez sobre sus seguidores. El salmo nos hace aplicar sus afirmaciones a la resurrección de Jesús “se me alegra el corazón gozan mis entrañas y mi carne descansa esperanzada. Porque no me abandonarás en la región de los muertos ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción”

En la segunda lectura, de la primera carta del apóstol Pedro, ya dijimos la semana anterior que estaba dirigida a comunidades que vivían serias dificultades por causa de su fe y su estilo de vida. Creer en Jesús no es principalmente confesar con los labios una serie de verdades, sino, sobre todo, una manera de vivir que, con mucha frecuencia, tiene consecuencias serias. Estas consecuencias derivan del hecho de la resurrección de Jesús, pues los cristianos, tanto aquellos primeros cristianos como para nosotros cristianos del siglo XXI, pues hemos sido rescatados a precio de la sangre de Cristo y ponemos todas nuestra esperanza y fe en Dios, “Cristo, previsto ya antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos por vosotros, que, por medio de él, creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios” Pedro nos invita a tomar en serio uno proceder en esta vida, viviendo fuertes en la fe y al esperanza, a pesar de las dificultades que nos pueda tocar vivir.

La lectura del evangelio de hoy, el camino hacia Emaús, viene a ser como una parábola de nuestra existencia, atravesada a menudo por la incomodidad, la decepción, el cansancio, el extravío, las ganas de plantarlo todo y volver atrás. Son esos momentos en los que nuestros ojos son incapaces de vislumbrar al Señor “Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo” Él está a nuestro lado caminado con nuestro paso cansado y apagado, está con nosotros como una presencia discreta, dispuesto a escucharnos sin hacernos reproches, ni juzgarnos o condenarnos.

Abriéndonos a Él y poniéndonos a la escucha de su Palabra, contenida en las Escrituras, a la luz de su pasión, muerte y resurrección, poco a poco se irá iluminando el sentido de todo lo que antes nos resultaba incomprensible, renaciendo en nosotros una esperanza nueva “Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras”.

El encuentro con el Señor encuentra su plenitud cuando nos sentamos a la mesa con Él: el signo del pan bendecido, partido y repartido, es decir su vida entregada por nosotros por amor. “Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron” Es entonces cuando se nos abre los ojos y le reconocemos como resucitado y como el único capaz de hacer arder nuestro corazón de verdadera alegría “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?

Con la conciencia de su presencia, que, aunque, invisible a los ojos del cuerpo, es una experiencia y certeza interior que nos hace sentirnos impulsados a reemprender el camino que nos lleva de nuevo a la comunidad de los creyentes, reunida entorno a Pedro ya sus sucesores, y que nos envía a anunciarlo a todos hasta los confines del mundo “Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros”

Feliz domingo, Día del Señor y feliz semana.

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